miércoles, octubre 20, 2010

A SERBIAN FILM; No recomendada para menores ni para mayores de 18


Vamos a ver… ¿por dónde empiezo?
Estaba claro que esta película iba a levantar polvareda, no solo en el Festival sino también en Internet. Su explosiva mezcla de sexo y violencia no iba a dejar a nadie indiferente y así ha sido pero, más allá de la fácil provocación a la que puede abocar una combinación tan antigua como ésta, ¿es a “A serbian film” una película que valga la pena ver? ¿Tiene algo más que ofrecernos?

Hace dos años “Martyrs” hizo saltar por los aires los límites de la violencia en el Festival. La tendencia hacia el más difícil todavía en atrocidad se había ido forjando pocos años antes con la irrupción en nuestro país de las películas de Takeshi Miike, especialmente “Ichi the killer” y “Audition”, había continuado con el desembarco del horror francés en "A l'interieur" y “Haute tension” coronando finalmente la cima de lo soportable con el film, también francés, de Pascal Laugier. Sin embargo, el año pasado esta tendencia tomó un rumbo distinto. Sin abandonar en absoluto la crudeza de algunas de sus secuencias, films como “Canino” o la más extrema "Kinatay" optaban por una temática alejada de la sangre por la sangre y el horror por el horror, para utilizar esta violencia como medio para exponer una temática concreta, para enviar un mensaje sobre el que reflexionar. Llegados a este punto nos toca a nosotros decidir si “A serbian film” forma parte del primer grupo (en el que también hay películas de género interesantes) o del segundo.

La película explica la historia de Milos (Srdjan Todorovic) un actor de porno serbio que lleva varios años alejado del negocio viviendo con su pareja (Jelena Gavrilovic) y su hijo pequeño. Un buen día una antigua compañera de trabajo (Katrina Zutic) le sugiere que conozca a un visionario director del género (Sergej Trifunovic) que planea rodar un film en la ciudad y que está muy interesado en que él participe. Aunque reticente, el protagonista acabará aceptando porque está pasando algunos apuros económicos y por hacer la película le pagarán increíblemente bien. Pronto se dará cuenta de que el film no es la clase de porno que estaba acostumbrado a hacer sino que hay una gran cantidad de violencia real involucrada y que, lo peor de todo, hay participación de niños en él. Cuando decida dejar de rodar ya será demasiado tarde y acabará dándose cuenta de que él mismo y su familia forman parte de un plan cruel y violento.

Probablemente, escenas de sexo y violencia aparte, lo que más me llama la atención de esta película es su título. Creo que cumple una doble función. Por un lado se trata de una cuestión diegética, es decir, la película se llama así porque cuenta la historia del rodaje de una película, una película serbia. Pero por otro lado, hay una función propagandística, publicitaria que envuelve de forma tácita al título porque, reconozcámoslo; el nombre de Serbia estará para siempre ligado en nuestras mentes al de una guerra cruel y sanguinaria donde los derechos humanos y la ética brillaron por su ausencia y donde los crímenes contra la población civil fueron una constante. Así pues, al llamar a la película “A serbian film” también se nos está enviando el mensaje de que lo que vamos a ver será algo duro, algo fabricado por el país al que arengaba Slobodan Milosevic.
Este terror hacia los territorios yugoslavos y la Europa oriental actual es algo que se viene explotando en el cine desde hace algunos años, ya sea con propuestas de horror declarado como “Hostel” o con films que tratan el tema de forma tangencial aportando criminales, mafias o exsoldados metidos a mercenarios en thrillers y dramas de diversa índole.
Ahora son los propios serbios los que utilizan esa corriente de desconfianza y terror para presentarnos un producto que, aunque de un modo metáforico, habla de ellos mismos. O al menos así parece verlo el autor al poner en palabras de algunos de sus personajes comparaciones entre lo que vemos y la historia reciente de Serbia o la imagen que se tiene de ellos. Obviamente, dada la temática del film dicha imagen es realmente de poner los pelos de punta. En lo referente a esto último resulta más que ilustrativo el que la oferta que recibe el protagonista para trabajar en la película aclare que se trata de un producto hecho en Serbia pero para el mercado exterior. Nos sobrecogemos ante el horror pero somos los que lo pagamos, somos los que lo queremos ver. Quizá porque nosotros mismos no somos capaces de llevar a cabo esas monstruosidades o más bien porque nos gusta pensar que quienes lo hacen son los demás; países con mala fama, europeos sospechosos, del este…

Pero aclaremos la cuestión. Más allá de todo el mensaje que se le quiera sacar a la película sobre la que cada uno puede tener su lectura, lo cierto es que “A serbian film” no merece un segundo visionado. Primero porque cinematográficamente tiene un valor escaso y segundo porque sería difícilmente soportable repetir la visión de algunas de sus incomodísimas secuencias.
Tanto la puesta en escena como la planificación y el montaje son adecuados pero pobres. Los actores realizan un buen trabajo hasta que la cosa se sale de madre y pujan para ver quien pone el rostro más exaltado. Los escenarios, pocos y funcionales, carecen de empaque para el nivel de producción que se le supone a un film de las características que comentan en la película (recordemos que se trata de una película dentro de otra y [SPOILER] dentro de otra [FIN SPOILER]). Las secuencias de sexo y violencia no escatiman en realismo y no sería de extrañar que el film acabara recibiendo una calificación “X” en nuestro país debido a los planos cortos que se ofrecen sobre penetraciones, felaciones y otras prácticas sexuales, muchas ellas acompañadas además de la presencia de menores y con violencia de alto voltaje. Curiosamente todas estas rodadas con un sentido mucho más convincente del encuadre y del montaje lo cual deja bastante claro que partes del film eran las que realmente tenían interés para sus responsables.

En definitiva, “A serbian film” es una película polémica y transgresora cuyo contenido no hace recomendable su visión ni a menores de dieciocho años ni a mayores tampoco, reduciéndose su target únicamente a los pocos cinéfilos que tengan el estómago curtido y a aquellas personas que gusten de las emociones fuertes o tengan un listón moral muy bajo. Y por si esta coda final no ha hecho sino crear curiosidad en alguno de los que lee esta entrada en lugar de convencerles de que deben alejarse de esta película, únicamente añadiré que en una de las secuencias más fuertes del film hay involucrado un recién nacido. Espero que con eso quede claro de qué clase de basura llevo dos páginas hablando.

sábado, octubre 16, 2010

MONSTERS; Mucho ruído y...


Como ocurrió con “Moon” el año pasado, cuando leí la sinopsis de “Monsters”, ví su trailer y ojeé el material de prensa, pensé que estaba ante la gran esperanza blanca de esta edición del festival. Lamentablemente en aquella ocasión acerté pero en esta no.

“Monsters” comienza con unos rótulos sobre negro que sin duda nos ponen los dientes largos y nos hacen esperar una gran película tras ellos; después de que la NASA descubriera vida alienígena en nuestro sistema solar envió una sonda para que recogiera muestras y regresara con ellas a la Tierra. Accidentalmente la sonda falló en su entrada a nuestro planeta estrellándose en algún lugar de Nuevo Mexico. Las autoridades trataron en vano de establecer un cordón alrededor del siniestro que acabó con la “infección” de buena parte del estado, con el levantamiento de un enorme muro entre Nuevo Mexico y el resto de Estados Unidos así como un cierre de fronteras con México. Seis años después, la zona que comprende dicho estado continúa siendo un lugar ocupado por los alienígenas, de los que casi nada se sabe.

Sí, en efecto. “Monsters” parece tener bastante en común con la exitosa “District 9” si bien el resultado es bastante inferior en el caso que nos ocupa.
“Monsters” pese a su prometedor planteamiento no se propone narrar una historia de ciencia ficción o terror. No se centrará en resolver ningún misterio acerca de las actividades de esas entidades alienígenas ni, y aquí está para mi la mayor pega, tampoco se convertirá en una película de aventuras con monstruo.
El film es la historia de dos personajes, un reportero y la hija de su jefe quienes se ven obligados a atravesar la zona infectada para poder volver a casa. Ambos personajes se conocen precisamente en esa situación y el reportero se ve obligado por su jefe a acompañar a su hija de vuelta a casa, trabajo que aceptará al no quedarle más remedio pero que, con el paso de los días, dará lugar a una historia de amor entre ambos. Y esto, esa historia de amor, es de lo que trata realmente el film.
Así pues, todo lo que tiene que ver con el trasfondo de ciencia ficción que se nos había planteado se va diluyendo a gran velocidad conforme la historia avanza y, aunque suene a contrasentido, cuanto más se adentran los personajes en la zona prohibida y más desprotegidos están, menos interés se le presta a las criaturas from outer space y más a las miraditas entre ellos dando como resultado una película interesante pero decepcionante.

Ridley Scott dijo acerca de "Alien" que había decidido mostrar a su criatura poco a poco y no regodearse en los aspectos más violentos porque creía que en el cine de terror menos era más. Curiosamente los responsables del festival han utilizado esa misma expresión para hablar de la virtudes de esta película; menos es más.
Estoy de acuerdo en que no era necesario convertir el film en una ensalada de escaramuzas entre guerrilleros y alienígenas pero creo que el director Gareth Edwards dosifica en demasía las apariciones de los monsters haciendo del periplo de la pareja protagonista un viaje a ninguna parte en el que, sobretodo una vez se quedan solos en la selva, es difícil no acabar bostezando.
El minimalismo de la puesta en escena, pese a estar toda la película rodada en exteriores, tampoco ayuda a dotar de empaque a la propuesta y mucho más aún cuando cae la noche y todo se reduce a ruídos y carreras con cámara temblorosa incluída.

Por supuesto y a pesar de las pegas que se le puedan poner, la película está bien realizada y la idea podrá ser retomada por otros que quizá sepan encontrar un camino mejor por el que llevarla. Por el momento, vale la pena por abrir una nueva mitología sobre la que poder trabajar y, también, por algunos momentos concretos que son los que todos esperábamos de una película así.

viernes, octubre 15, 2010

STAKE LAND; Combinación imposible de terror y comedia


Aunque mucha gente tiene la romántica idea de que los guiones de cine los escriben pequeños genios (a menudo con vidas tormentosas llenas de desengaños, alcoholismos y frustraciones) en habitaciones de hotel a lo "Barton Fink", lo cierto es que muchas de las historias que nos llegan desde Hollywood se han fraguado allí mismo, dentro de los estudios y gracias al desarrollo diario y sistemático de ideas que le son presentadas al productor ejecutivo de turno, quien decidirá a partir de ahí si dicha idea se transforma en película o no.
Todo este proceso puede verse perfectamente reflejado en la magnífica película de Robert Altman “El juego de Hollywood”, donde Tim Robbins interpreta al presuntuoso productor ejecutivo de una major en Los Angeles, y cuya primera aparición es precisamente sentado en su despacho oyendo las ideas que sus guionistas a sueldo quieren transformar en películas.
Esas ideas, en realidad, no son sino pastiches de otras. En parte porque así es como funciona realmente y en parte porque Altman pretendía ridiculizar esa forma de fraguar una película. Los guionistas, entrando uno por uno en el despacho como pacientes de un psiquiatra, le describían sus proyectos como una combinación de dos o más películas ya hechas (dejando así al productor como un inculto incapaz de comprender nada si no se le remitía a otra película anterior). Un ejemplo concreto es la propuesta que hace uno de estos guionistas al describir su idea como “una mezcla entre “Ghost” y “El mensajero del miedo”, o un thriller político, sobrenatural con conciencia,…

"Stake land", la película de Jim Mickle, parece haberse concebido utilizando precisamente ese mismo sistema y, la combinación de películas en este caso ha recaído sobre “The road” y “Zombieland”.
Para que quede claro el parecido argumental de estas tres películas, permítanme que escriba el storyline de cada una de ellas:

En “The road” un padre y un hijo atraviesan una tierra devastada por causa desconocida escapando de grupos de caníbales. Al final el muchacho queda solo y debe enfrentarse por fin, sin ayuda, al mundo tomando sus propias decisiones. Queda abierta la puerta a la esperanza al encontrar en el último momento a otros supervivientes.
En “Zombieland” un muchacho y el cazador de zombies que le recoge (que hace las veces de padre/mentor a partir de ese momento) atraviesan una tierra devastada por causa desconocida escapando de grupos de zombies. Al final el muchacho deberá enfrentarse a sus miedos y, abandonando a su mentor, tomar sus decisiones (rescatar a las chicas en peligro). Queda abierta la puerta a la esperanza al lograr con éxito el rescate de las chicas y huir con ellas.
En “Stake land” un muchacho es rescatado por un cazador de vampiros del ataque de un grupo de estos últimos que acaba con la vida de sus padres. El cazador de vampiros se convierte a partir de entonces en su padre/mentor. Juntos atraviesan una tierra devastada por causa desconocida escapando de salvajes chupasangres y de humanos que se han refugiado en una especie de fundamentalismo cristiano. Al final el muchacho deberá enfrentarse a sus miedos y, abandonado por su mentor, tomar sus decisiones. Queda abierta la puerta a la esperanza al encontrar el muchacho a su propia compañera y huir con ella.

A cualquier que haya visto las dos primeras supongo que le queda bastante claro que “Zombieland” funciona como una especie de versión cómica de “The road” (o a la inversa). Y entonces, ¿qué es Stake land? Con un planteamiento, desarrollo y desenlace tan parecidos, ¿qué espacio puede ocupar? Pues un punto intermedio entre ambas. Una combinación tan extraña que cuando se ve uno no sabe si debe reir o llorar.
Con un comienzo que se ajusta perfectamente a los cánones del cine de terror (el ataque a la casa del protagonista con la muerte de sus padres como colofón) saltamos a unos planos aéreos y grandilocuentes del chaval entrenando con su nuevo mentor en mitad de un campo a lo “Los inmortales” o "Karate kid". De los apuros de una monja que trata de huir de sus violadores pasamos a secuencias de acción y lucha en la que no faltan fantasmadas como lanzamientos de llaves de tubo que atraviesan el corazón de los enemigos. Y por si todo esto no descolocara suficiente, buena parte de la banda sonora de la película se acompaña con la narración en off de las reflexiones del protagonista en plan poético-melancólico.

Ya he mencionado en alguna otra ocasión que combinar terror y humor es altamente complicado y que muy pocos lo han conseguido. Pero es que, sinceramente, en “Stake land” no creo siquiera que esto fuera lo que se pretendía. Dado el tono trágico con el que comienza la historia y con el que termina, entiendo que los momentos de humor que se intercalan en el desarrollo no son sino meteduras de pata de sus responsables, salidas de tono mal calculadas que echan por tierra la coherencia de un relato que, remitiéndome a las sinopsis de más arriba, nos resulta más que familiar.
El tono sombrío con el que Mickle afronta la historia le otorga al menos un punto a su favor, especialmente en lo que concierne a esos grupos de supervivientes humanos que, lejos de querer trabajar para reconstruir la civilización, dedican sus esfuerzos a eliminar a los demás utilizando a los salvajes vampiros contra ellos, arrojándolos literalmente sobre las pocas poblaciones que quedan. Y todo ello para más inri, en nombre de Dios.

A parte de este detalle, y que el desconcierto que provoca no da lugar al aburrimiento, poco más a favor de esta película cuya combinación de géneros, deliberada o accidental, malversa por completo el potencial que pudiera tener originalmente.

jueves, octubre 14, 2010

SOMOS LA NOCHE; Las vampiras no quieren ni oir hablar de hombres


El cine alemán parece estar viviendo un buen momento de forma. Después de Oliver Hirschbiegel quien nos regaló la magnífica “El experimento”, la ilustrativa “El hundimiento” y debutó en Hollywood con la fallida “Invasión”, ahora es el turno de Dennis Gansel quien sorprendió hace un par de años con su controvertida “La ola”.
El director, con un presupuesto mucho mayor que el de aquella y adentrándose de lleno en el terreno de lo fantástico, nos arroja una historia de vampiros (vampiresas en realidad) que bebe de alguna de las mejores historias que sobre el tema se han llevado hasta ahora a la pantalla (“Entrevista con el vampiro”, “El ansia”,…).

“We are the night”, título original del film, comienza con una secuencia de gran potencia visual. La cámara recorre lentamente la cabina de pilotaje de un avión. El piloto está muerto. Continúa entonces por el pasillo mostrándonos a derecha e izquierda, en los asientos, cuerpos de pasajeros y personal de a bordo, todos ellos muertos con manchas de sangre y heridas en sus cuellos. Al fondo, vemos moverse las piernas envueltas en calentadores fucsia de una joven. Finalmente la cámara se detiene en una pasajera viva. Es otra mujer y lee tranquilamente un libro. – No debiste matar al piloto – le indica una tercera mujer, algo más mayor, a la que movía las piernas y que ahora podemos identificar como la más joven y alocada de las tres. Seguidamente abren la escotilla del avión provocando la despresurización y mostrándonos desde el cielo una oscura y bella estampa de Berlín en plena noche. Sin más, saltan del avión.

A pesar de tan poderoso inicio, “Somos la noche” no deriva hacia una película de vampiros y acción al estilo “Blade” ni a una de terror tipo “30 días de noche”. Las vampiras protagonistas de la película son seres tristes y decadentes a pesar de su aparente grandiosidad, perseguidas sin descanso por la muerte que ellas mismas buscan de forma indirecta poniéndose constantemente en evidencia (como cuando una de ellas se apaga un cigarro en el ojo en un restaurante ante la mirada de la pareja de la mesa contigua que le había llamado la atención por fumar), o empeñándose en contemplar el amanecer hasta que sus cuerpos comienzan a humear. Perdidas en la eternidad a la que han sido arrastradas tratan de combatir el tedio manteniéndose siempre a la última y disfrutando de los placeres más inmediatos, tratando así de camuflar la gran carencia que todas sufren: el amor.
Es precisamente la falta de un afecto verdadero el que impulsa a la líder del grupo, la más vieja, a mantenerse siempre al acecho, buscando una nueva chica que incorporar al grupo que ocupe el vacío al que siempre se ve abocada, era tras era. Algo que recuerda mucho a la aflicción que sentía el vampiro Armand (Antonio Banderas) en “Entrevista con el vampiro” y también la vampiresa que interpretó Catherine Deneuve en “El Ansia”.
No se trata pues de muchachas adolescentes debatiéndose en una crisis púber entre si les va más la languidez emo de un vampiro sosaína o la rudeza impostada de póster de tienda de moda de un aspirante a líder de la manada. No es una película con un target de público concreto (más allá de aquellos que van a ver cualquier cosa en la que aparezcan colmillos hundiéndose en cuellos ajenos) y sus momentos de violencia son tan escasos como lights para lo que hoy se acostumbra.
Pero además, “Somos la noche” también contiene una idea arriesgada y transgresora en cuanto al mundo de los vampiros. Cuando la líder del grupo es preguntada por la nueva incorporación acerca de la existencia de otros vampiros en el mundo, ella le contesta que apenas quedan cien en todo el planeta y que todos son mujeres, ya que ellas mismas, cansadas del ruido y la molesta presencia que hacían los vampiros masculinos, los mataron a todos.

¿Qué opinará de esto nuestra ministra de igualdad?

Bromas aparte, por si todo lo expuesto fuera poco, la película destaca también por su excelente ambientación que se desarrolla entre las oscuras calles del Berlín nocturno, los fastuosos clubs exclusivos de la ciudad donde las vampiras disfrutan de la música de moda, y algunos lugares emblemáticos en decadencia, siguiendo la famosa máxima del cine que dice “el exterior debe reflejar el interior”.

Lo curioso de la película es que la historia en si no es nada que no hayamos visto antes y su recorrido se ve venir desde que tiene lugar el punto de giro. [SPOILER] Lena, una carterista de poca monta es mordida por una vampira que se obsesiona con ella por el brillo de sus ojos. Lena no tiene más remedio que tratar de aceptar su nueva vida pero un policía al que conoció cuando era ladrona comienza a complicar las cosas y pone en peligro su coartada y la de las otras vampiras, quienes por otro lado, se comportan de forma totalmente imprudente llamando constantemente la atención con asesinatos y demostraciones excesivas de poder. Cuando Lena sea obligada por la líder a elegir entre su nueva vida (lo cual incluye amarla a ella) o el policía del que comienza a enamorarse, los acontecimientos dirigirán la historia hacia un trágico final al que, en el fondo, todas querían llegar al sentirse seres desdichados transformados contra su voluntad [FIN SPOILER].

No me gustaría terminar esta entrada sin destacar además los fantásticos títulos de crédito de la película que, sin grandes efectismos y con música intimista, nos muestran en una composición de imágenes en lento fundido la historia de una de las vampiras protagonistas (la líder) desde la actualidad hasta su origen, empezando con fotografías actuales continuando con otras en blanco y negro y terminando al final por retratos y murales de época.
Una idea elegante que da la medida de una película que, sin ser perfecta, mantiene un equilibrio aceptable (y complicado) entre el espectáculo y la contención.

VANISHING ON 7TH STREET; Brad Anderson y la oscuridad


Brand Anderson es el mejor ejemplo de director de cine ligado a festivales especializados en fantástico; siempre llama la atención con sus películas, suele hacer acto de presencia, si defrauda siempre es a medias y, lo más importante, fuera del circuito de certámenes sus películas apenas si tienen éxito o trascendencia. Le ocurrió con su sugerente “Session 9” en la que lo daba todo para convertir en protagonista de su historia a un viejo hospital psiquiátrico abandonado, volvió a suceder en “El maquinista” de la que nadie recuerda gran cosa salvo que su protagonista, Christian Bale, adelgazó no se cuantos kilos para el papel, y tiene pinta de que le sucederá lo mismo con esta apocalíptica película que tiene concomitancias con “El incidente” de M. Night Shyamalan.

“Vanishing on 7th street” narra la historia de cuatro personajes que, tras un extraño incidente que hace desaparecer a toda la población de una ciudad, se refugian en el mismo bar, que en ese momento es el único lugar seguro que queda debido a que dispone de un generador eléctrico que aún funciona. Pero esto no es “Shawn of the dead”. Los cuatro protagonistas no escapan de zombies ni son unos bobos friki-amigos de toda la vida. Los protagonistas de esta película tratan de escapar de un ente tan abstracto como la oscuridad misma que se ha apoderado de la ciudad (o del mundo) y que, si te alcanza, te hace desaparecer dejando como única muestra de tu existencia tu ropa y pertenencias. No se trata pues tampoco de criaturas que se oculten en la negrura como en el videojuego Alan Wake de reciente aparición o la película de Frank Darabont "La niebla", aunque en aquella la oscuridad fuera blanca. Aquí es la propia oscuridad, la ausencia de luz, el enemigo.

Así pues, la última de Brad Anderson se une a la moda de las películas apocalípticas con un toque de survival y mucho misterio. La pega, si es que lo es, está en que el origen de esta extraña oscuridad no se explica en ningún momento y la historia se centra únicamente en saber si los personajes lograrán escapar de ella o si serán absorbidos como todos lo demás a su alrededor.
Esta ausencia de explicaciones me recuerda mucho al final de “Perdidos” pero no voy a entrar ahora en eso… ¿verdad?

El punto fuerte de la película vuelve a estar en la facilidad con la que Anderson, pese a su juventud y su corta filmografía, crea atmósferas y ambientes de suspense y terror que nos hacen mantenernos pegados a la butaca. Sin recurrir a efectismos ni a secuencias grandilocuentes (la ciudad vacía o el avión estrellándose son las pocas concesiones al cine espectáculo que se permite), Anderson consigue que el espectador se centre en averiguar qué está pasando dejándole un gran margen (algunos creerán que demasiado) sobre el que teorizar.
Supongamos por ejemplo que, en realidad, los personajes de la película no fueran sino eso mismo, personajes de una película, de una que se está acabando, y la oscuridad no fuera sino el proyector dejando de trabajar, haciendo desaparecer el mundo que creaban los rollos de fotogramas pasando a toda velocidad ante la luz, ante una luz que ya no está allí para darles vida. Quizá por eso los protagonistas se repiten a si mismos: ¡Existo! ¡Existo! con la misma desesperación con la que John Trent negaba ser un personaje de novela en “En la boca del miedo” de John Carpenter. ¿Se trata entonces de una metáfora sobre el cine mismo? ¿Sobre la narración audiovisual? Es curioso, cuando menos, que dos de los personajes principales trabajen en el medio. El que interpreta Hayden Christensen es presentador de noticiarios en la televisión y al que da vida John Leguizamo es proyeccionista en un multisalas.
Pero esta es solo una teoría con la que se puede estar o no de acuerdo y en absoluto una explicación definitiva a la situación que se nos plantea en el film.

Pero no lancemos las campanas al vuelo. Como ya indicaba al comienzo de esta entrada, Anderson acostumbra a defraudarnos aunque sea a medias y esta película no es una excepción. Sus múltiples lecturas pueden ser tratadas como una virtud (para aquellos a los que les gusta hacerse preguntas y que no les den las cosas mascadas) o como un defecto (para los que quieren las cosas claras). Además, una vez los personajes se reúnen en el mencionado bar la fluidez de la narración baja en intensidad y los intentos de la oscuridad por penetrar en el refugio se vuelven reiterativos, y eso a pesar de haber tenido el acierto de reservar diversos flashbacks de los personajes para intercalar entre esos intentos.
Con la que está cayendo en el Festival concluiré con que al menos “Vanishing on 7th street” se desmarca de la línea apocalíptica actual con un proyecto que pretende llegar un poco más lejos y que en líneas generales lo consigue. Lástima que el exceso de cripticismo en la historia y el minimalismo de la puesta en escena pueda interpretarse como una tomadura de pelo. Como con “Perdidos”. Pero no vamos a hablar ahora de eso… ¿verdad?

miércoles, octubre 13, 2010

LA OTRA HIJA; Otra de casas con secreto


¿Cuántas películas parten de la premisa de una familia con problemas que se traslada a un nuevo hogar que esconde un terrible secreto y que, a la postre, servirá para que solucionen sus problemas al hacer frente unidos a dicho secreto? “La casa”, “La morada del miedo”, “Darkness”, “Poltergeist”,… la lista es interminable. Y gracias a películas como “La otra hija”, queda claro que aún nos quedan muchas más que ver.

En “La otra hija”, un escritor de novelas interpretado por Kevin Costner se muda a las afueras de un pequeño pueblo con su hija adolescente (Ivana Baquero) y su hijo pequeño (Noah Taylor). Recién separado de su mujer, el personaje que interpreta Kevin Costner debe enfrentarse ahora a una nueva vida para la que no se siente completamente preparado: ejercer de padre. Separar a su hija de su ambiente y sus amigos y trasladarse a una vieja casa en el campo no mejorara las cosas y la tensión entre ambos se irá tensando sin que él pueda hacer nada para remediarlo. Lo que no sabe es que, en realidad, el fruto de dicha tensión no es fruto únicamente de los cambios hormonales de su hija sino de la influencia que sobre ella está ejerciendo un extraño túmulo funerario indio que hay dentro de su terreno.

Como la mayoría de las películas que mencioné en el primer párrafo, la existencia del túmulo no es sino un secreto guardado por el vendedor de la finca cuyos últimos inquilinos ya tuvieron problemas con él. Y también como en ésas películas, aquí la naturaleza de dicho secreto no será revelada hasta el final cuando el devenir de los acontecimientos haya llegado ya demasiado lejos.

No obstante y, pese a lo típico de la propuesta, hay muchas formas de poder dar sabor a una historia como esta sin ser aún más predecibles de lo que se apunta en el inicio. “La llave del mal” o “Cementerio viviente” son interesantes ejemplos de películas que, a partir de un material similar, consiguieron alcanzar momentos realmente inspirados y concluir con dignidad lo que a todas luces parecía un producto de consumo de perfil bajo.
El director Luis Berdejo tan solo lo logra a medias. Probablemente el mayor error que contiene la película sea mostrar demasiado pronto con qué se tendrá que acabar enfrentando el protagonista del film. [SPOILER] Berdejo muestra en seguida a una criatura correteando por el tejado de la casa y eso hace que todos los que contemplamos su film cambiemos en seguida el chip del misterio por el de “película con monstruo/s”. Así pues, dejamos de interesarnos por la investigación que deberá emprender Kevin Costner así como por la inoperante incorporación del personaje del profesor cuya presencia solo queda justificada por la necesidad (en realidad ninguna) de tener que explicar de dónde proceden esas criaturas [FIN SPOILER]
Sí es un acierto, al menos en mi opinión, la forma en que se reflejan los cambios en Ivana Baquero lo cual funciona como una estupenda metáfora de su paso de niña a mujer, aunque resulte demasiado obvio. Ayudan a ello el que la propia actriz se encuentre realmente en ese momento de su carrera en el que ya es demasiado mayor para seguir interpretando a niñas pero aún no lo bastante como para pasar a interpretar mujeres. Además, la propuesta contiene la interesante idea de mantener un paralelismo entre [SPOILER] la granja de hormigas que cuida su hermano para trabajo de clase y el enorme hormiguero que es en realidad el túmulo indio y del que la chica tendrá que acabar siendo reina. Simpático detalle el de que en la habitación de la joven solo haya colgado un póster y sea precisamente del grupo Queen. [FIN SPOILER]

En definitiva, Berdejo entrega demasiada cuerda al principio agotando así los mejores recursos para causar terror en su desarrollo y desenlace donde, además, muestra demasiado claramente [SPOILER] a las criaturas que habitan el túmulo y que invaden la casa [FIN SPOILER] matando cualquier posibilidad de sugestión que le quedara al espectador sobre ello o, dicho de otra manera, agotando su última carta cuando aún queda el clímax final por poner en imágenes.
Probablemente “La otra hija” sea un discreto éxito en nuestras pantallas al que ayudará mucho su reparto en el que, reconozcámoslo, haber sido capaz de involucrar a Costner es todo un mérito y garantía de comercialidad (sin restar importancia a la presencia de Ivana Baquero cuyo talento crece película tras película), pero no servirá para situar a su director en nuestro pequeño olimpo de maestros del género. Al menos de momento.

LA CASA MUDA; Así debería haberse quedado


Sin duda “La casa muda” de Gustavo Hernández era una de las apuestas fuertes del festival este año. Vendida como la primera película de terror grabada en un único plano secuencia y haciendo servir para ello, además, una cámara de fotos, contenía a priori todos los ingredientes para ser la gran sorpresa técnica de este año.
Después de haberla visto, lo dudo.

Está claro que todos los aficionados al cine y al fantástico en particular estamos siempre pendientes de la siguiente proeza técnica. Todos esperamos que alguien venga a sorprendernos con alguna nueva maravilla pero, la forma siempre debe estar supeditada a un fondo que la merezca, que le de sentido e incluso que la justifique. El proceso debería consistir en, a partir de una historia y un guión desarrollado, seleccionar la mejor manera de llevarlo a la pantalla, y no a la inversa.

La historia de “La casa muda” es sencilla. Una muchacha (Florencia Colucci) y su padre (Gustavo Alonso) llegan a la casa de un amigo (Abel Tripaldi) en el campo habiendo sido contratados por éste para trabajar en su limpieza. Llegan allí por la noche para poder levantarse temprano y ponerse a ello temprano. Sin embargo, esa misma noche, la muchacha no podrá conciliar el sueño por los ruidos que proceden del piso superior en el cual, por cierto, tienen prohibida la entrada por el dueño. El padre de la chica, cansado de que ésta no le deje dormir, acabará subiendo a comprobar lo que ocurre pero, al tardar en regresar de su inspección, ella no tendrá más remedio que, farol en mano, emprender su búsqueda.

La base del terror en esta película se encuentra en algunos de los lugares comunes del género. Casa con oscuro secreto, iluminación escasa, chica joven sola y en peligro, crujir de puertas y tablones, sustos gratuitos, etc… Solo que todo ello, grabado con una cámara de fotos (muy buena cámara a tenor del resultado) y en un solo plano secuencia. Tristemente, lo que debería servir para elevar la categoría del film no hace sino ensombrecerlo pues, una vez el padre de la muchacha sube las escaleras, la película se convierte en un puro ejercicio técnico tremendamente aburrido en el que, un personaje que debería tratar de huir del peligro no hace más que deambular por una casa oscura, farol en mano, buscando… ¿el qué? ¿Qué narices busca el personaje principal de la película por los rincones de la casa?
Pero aún hay más. Por si lo de la cámara de fotos y el plano secuencia no fueran suficiente reclamo comercial, la película está además basada en una historia real. Así que hacia el final, y para que no resulte todo tan absurdo, el realizador nos reserva un giro argumental que da un nuevo sentido a la historia (si es que esto se puede considerar una historia) y que aún hace más incomprensible los cincuenta y largos minutos de la protagonista dando vueltas por la casa.

Pero de acuerdo. Sí, en ocasiones la película consigue inquietar y los sustos de rigor están bastante bien colocados para pillarnos por sorpresa pero, ¿de eso trata una película de terror? ¿de darnos sustos como si estuviéramos en el tren de la bruja? Una película de terror debe helarnos la sangre con su atmósfera, trabajando la puesta en escena y el encuadre, con las interpretaciones y con un ritmo que dosifique los momentos más escalofriantes. Esconder personajes detrás de puertas para hacer “buuuu” o tocarnos el hombro es un recurso pueril que difícilmente encaja en una película con pretensiones de hacer historia en el género. Y si no, tomemos como referencia la película que homenajea el festival este año (“El resplandor”). ¿Cuántos sustos hay en esta película? ¿En qué basa el terror? Creo que los reponsables de “La casa muda” han sacado matrícula de honor en marketing pero les va a tocar repetir el examen de cine.

Así pues, enhorabuena señor Hernández. Puede usted apuntarse el tanto del plano secuencia, el tanto de la cámara de fotos y también el tanto de haber sido el primero en grabar a una chica con un farol durante una hora de película. Creo que eso tampoco lo había hecho nadie hasta ahora. Ni falta que hacía.

martes, octubre 12, 2010

FASE 7; Pandemia en clave de humor


Cuando alguien realice una crónica sobre el cine de la primera década del 2000 difícilmente podrá evitar hablar de la tendencia temática apocalíptica que estamos viviendo. Primero con películas de grandes catástrofes con fabulosos efectos especiales y poco más (“El dia de mañana”), después con invasiones alienígenas exterminadoras (“La guerra de los mundos”) y finalmente con la más incisiva y explotable expansión de virus, bacterias y demás microbios (“Soy leyenda”, “REC”, “”28 días después”,…)

Tal es la influencia y la pasión entre los aficionados al fantástico que estas películas están teniendo que las cinematografías de todo el mundo parecen querer decir algo al respecto. Y así es como llegamos a “Fase 7”, película en clave de humor que nos llega desde Argentina y que parte de la siguiente premisa: una pareja joven compuesta por el pusilánime Coco (Daniel Hendler) y su novia embarazada Pipi (Jazmín Stuart), regresan a su piso en la ciudad después de haber realizado unas compras en el supermercado. Absortos en sus discusiones de pareja no se enteran hasta que es demasiado tarde de que una pandemia (cuyos síntomas y precauciones recuerdan mucho a la famosa gripe aviar) se ha extendido por el país y su edificio ha sido puesto en cuarentena.
A partir de aquí, Coco tendrá que estrechar lazos con su vecino de rellano, Horacio, quién se descubrirá como un paranoico que por fin ha encontrado la causa que necesitaba para darle sentido a su vida. Armado hasta los dientes, equipado con trajes antibacteriológicos y con un férreo sentido de la disciplina y el protocolo militar, tratará de que Coco le ayude a prepararse para una guerra entre vecinos por los escasos recursos que tienen en sus casas.

Con una puesta en escena colorista y luminosa y unos diálogos que encajan perfectamente en las divertidas situaciones que se irán dando, “Fase 7” se desarrolla como una comedia muy recomendable en la que además no falta ni la presencia del siempre agradecido Federico Luppi, en el papel de uno de los vecinos del edificio que, al final, acabará siendo decisivo para el devenir de los acontecimientos.
Resulta destacable la buena labor de su realizador al mantener el interés durante todo el metraje sin salir de tres o cuatro espacios, los pisos de los protagonistas, las escaleras hacia el piso de abajo y el parking así como la dosificación de los momentos de violencia que son los justos y, a pesar de su impacto, nada gratuitos. Resaltar por ejemplo el momento en el que Coco y Horacio entran en el piso de uno de sus vecinos y acaban escondiéndose a ambos lados de la puerta al escuchar que otro de los inquilinos se encuentra en el rellano; un momento de gran tensión resuelto de forma genial cuando los tres comprueban que ante ellos hay un espejo y que les ven perfectamente. O también las idas y subidas del protagonista por la escalera del edificio que siempre acaban saldándose con caer en las trampas explosivas que su propio compañero había colocado para protegerles.

Sin ser una obra maestra y teniendo en cuenta que además es la opera prima de su director, Nicolas Goldbart, quien hasta ahora había trabajado como montador, “Fase 7” se destapa como una muy apreciable comedia que se merece una oportunidad de distribución en nuestro país. Eso como mínimo.

THE WARD; el último John Carpenter


La línea que separa la admiración del papanatismo es realmente muy fina, algo que quedó muy claro cuando “The Ward”, la última película de John Carpenter, terminó y una parte del auditorio rompió a aplaudir con fervor.
Seamos realistas y admitamos de una vez que, el cine de John Carpenter, hace algún tiempo que no pasa por sus mejor momento. Nadie le podrá quitar nunca el mérito de haber rodado “Halloween”, “Asalto a la comisaría del distrito 13” o “La cosa”. Aceptemos también que “El príncipe de las tinieblas”, “Rescate en Nueva York”, “Están vivos” o incluso “Golpe en la pequeña china” contienen suficientes elementos y referencias como para convertirlas en apreciables películas de culto. Pero coincidamos también en que durante los últimos diez o quince años el bagaje del maestro se tambalea un poco; “Fantasmas de marte”, “Rescate en L.A.” e incluso “Vampiros de John Carpenter” no están a la altura. Y la presente “The Ward” certifica esto último.

“The Ward” narra la historia de Kristen, una chica a la que vemos correr en camisón por el bosque para acabar prendiendo fuego a una granja abandonada. Capturada por la policía será llevada hasta un hospital psiquiátrico donde conocerá a otras cuatro internas con las que tendrá que confraternizar para tratar de escapar. Sin embargo, además de los celadores hostiles, las enfermeras con mala uva y el condescendiente psiquiatra, se interpondrá ante ella algo mucho más peligroso y sobrenatural.

Lo cierto es, que desde que empieza hasta que termina se tiene una constante sensación de deja vu. Toda la película nos recuerda demasiado a otras parecidas, ya sea por estar ambientadas en psiquiátricos donde a la mínima te pasan unas corrientes por el cráneo o por incluir esa criatura que pretende acabar con todas las internas y que, se intuye, guarda algún tipo de relación con ellas.
El desarrollo en plan body count tampoco añade original ni frescura a la propuesta y, salvo alguna escena de suspense bien trabajada y una calculada dosificación de los sustos, “The Ward” avanza hacia su desenlace de forma trabajosa y volviéndose incluso repetitiva al convertirse en su tercio final en un continuo de intentos de fuga infructuosa por los mismos pasillos y los mismos sótanos.

Pero sin duda lo peor de todo sea el desenlace. Como si de repente Carpenter jugara a ser Night Shyamalan, el final de la película se retuerce en una vuelta de tuerca (se supone que inesperada), para darle un sentido a la historia que descubre el por qué al principio la protagonista quemó aquella granja y, ya de paso, el por qué de los elaborados y, muy buenos, créditos iniciales.

Pienso que el problema actual de John Carpenter es el de que su leyenda ha superado a su propio talento. Aclamado por sus fans (entre los que me encuentro) como el último gran maestro del fantástico, se ve atrapado en un laberinto del que es difícil escapar ya que, a la edad que tiene, creo que hace tiempo que dejó de tomarse lo del cine tan en serio o de una forma tan ambiciosa como su público parece esperar y a ello hay que sumarle que, esa expectación fandom nunca le ha convertido en un cineasta por el que las productoras se den de patadas. Más bien al contrario, hoy por hoy Carpenter puede conformarse con realizar alguna película cada cinco o seis años y, como siempre, con un presupuesto muy ajustado. Esperar que cada una de ellas sea una nueva obra maestra es absurdo. Ni a Spielberg se le pide eso, aunque claro, dirige una película por año.

Para concluir os diré lo que un compañero de prensa me comentó al acabar la sesión; si esto mismo lo hubiera rodado cualquier otro director, en lugar de aplausos habríamos escuchado abucheos o silbidos. Sinceramente, yo también lo creo.

domingo, octubre 10, 2010

LEGEND OF THE FIST: THE RETURN OF CHEN ZHEN


Recuperando el personaje de Chen Zhen que años atrás interpretara Jet Li y la leyenda de las artes marciales Bruce Lee, “Legend of the fist: the return of Chen Zhen” es una decidida apuesta del cine hongkonés por volver a dar altura a las películas de lucha oriental. Una producción holgada, el actor y maestro de artes marciales Donnie Yen (al que últimamente vemos hasta en la sopa) en el papel principal y la utilización de un personaje clásico del género son las cartas de presentación de esta espectacular aunque fallida película.

En “Fist of the fury”, el estudiante Chen Zhen que interpretaba Bruce Lee, emprendía una brutal venganza contra los alumnos y el sensei de un dojo japonés responsables de haber asesinado a su maestro. Además, y para dar mayor empaque a sus acciones, los japoneses enrarecían el ambiente de la película con difamaciones sobre el pueblo chino al que catalogaban de ser los “enfermos de Asia”, lo cual daba un punto adicional de estímulo a su personaje protagonista, chino por supuesto, para darles una lección de modales.
En esta revisitación del personaje de Zhen, nos remontamos a su participación en la primera guerra mundial. Como uno de los efectivos que China envió a combatir contra los alemanes en tierras francesas, Zhen demuestra enseguida ser un valioso soldado al que se le pueden asignar tareas de mayor importancia que la del transporte de municiones o excavación de trincheras, trabajos habituales de los chinos en el frente. Con una magnífica y pirotécnica secuencia de acción, la película comienza con Zhen en el plena guerra realizando una coreografiada carrera en la que después de piruetas diversas entrega la munición a los soldados franceses atrapados en un fuego cruzado, pone a salvo a sus compatriotas desarmados y acaba con los soldados alemanes que les rodeaban. Todo él solito. Tras una secuencia así cualquiera que esperara realismo o un fresco histórico ya sabía que se había equivocado de película y estaba cambiando el chip.
Pero un comienzo tan brutal y contundente merecía una mejor continuación.
Sin embargo, en cuanto los créditos de inicio aparecen con recreación aérea infográfica de la ciudad de Shanghai y nos metemos de lleno en el exclusivo club "Casablanca" en el que ahora trabaja Zhen, se acaban las piruetas y las secuencias de acción elaboradas y caemos en una especie de cine homenaje a los clásicos de los cincuenta que acaba aburriendo hasta al espectador más paciente. Obviamente, la intercalación de peleas y la intriga creciente entre los soldados japoneses destacados en la ciudad y los amigos de Zhen se suceden cada vez con más frecuencia conforme vamos acercándonos hacia el final del film pero a esas alturas de la película estamos bastante cansados de los atropellados flirteos del protagonista con la preciosa Shu Qi y del background prebélico entre China y Japón que sobra completamente en un producto que nadie puede tomarse demasiado en serio. Al menos no tanto como para querer ofrecernos una lección de historia a través de él.
Por supuesto que cuando empiezan los palos la película crece en interés y que la mayoría de los combates harán las delicias de cualquier aficionado al género de las artes marciales. Sin embargo y, vistas algunas proezas de parkour en películas francesas, las persecuciones del Zhen enmascarado tratando de salvar a los ciudadanos de la lista negra de los japoneses saltando tejados y escaleras de cartón piedra en el Shanghai de plató en el que se desarrolla toda la película, se queda en bastante poca cosa, quedando sus méritos reducidos a la ensalada de puñetazos y patadas a la que somete a todos los que deciden hacerle frente, y cuya velocidad de golpeo recuerda a Son Goku.

Como no soy un gran aficionado a las películas de peleas, sean de artes marciales o no, me resulta complicado catalogar el nivel del film dentro de dicho género pero como película en general me mereció un aplauso al principio, un bostezo a la mitad y un encogimiento de hombros en su desenlace.

VAMPIRES


Lo que peor me sabe de esta película es que estoy seguro de que nadie que no estuviera en la sala conmigo ayer la podrá ver nunca. Bueno, puede que exagere, pero creo que más allá de las salas belgas y del circuito de festivales va a ser muy complicado que una cinta como esta se estrene en nuestras pantallas o llegue al mercado del DVD o, más aún, se llegue a pasar por algún canal de televisión en nuestro país. Y no por que no se lo merezca, que tiene muchos méritos para ello, sino porque su tirón comercial es más corto que el montaje de “The fast and the furious”.

Vincent Lannoo, director de la película, sabe perfectamente lo que es trabajar con un presupuesto bajo y centrar la atención en los actores, no en vano debutó con un film dogma. Con esa credencial y tratándose de una película belga sin caras conocidas en el mercado internacional y por la que ni siquiera este festival ha apostado de una forma seria (no está a concurso en las secciones principales) el recorrido hacia la distribución será más que complicado.

“Vampires” es un mockumentary que parte de la siguiente premisa: una familia de vampiros de Bélgica escribe una carta a una cadena de televisión local para que vaya a su casa a filmarles para que así la gente pueda saber como vive realmente la comunidad de chupasangres local. El resultado de tan estimulante propuesta es una película totalmente descacharrante con momentos inolvidables desde que comienza hasta su desenlace.
Lejos de la dramática habitación de hotel donde el decadente Loui de “Entrevista con el vampiro” decide exponer a la luz pública la existencia de vampiros y su propio periplo vital, la familia de “Vampires” se muestra de forma abierta y jovial, tan natural como si estuvieran en el TV show “Gran hermano” o algo parecido obsequiándonos con constantes momentos para el recuerdo. Empezando con el hilarante gag del primer intento de grabación que se salda con algunas víctimas entre el equipo de rodaje, pasando por la naturalidad con la que los vecinos de la familia, también vampiros, narran como se conocieron y su especial apetito por los niños, hasta el viaje a Canadá y el choque cultural que sufren con la comunidad vampírica americana pasando por la visita a la escuela de vampiros o a la tienda de ataúdes, cada una de las vivencias de los protagonistas es una pequeña historia en si misma.
Cada revelación del mundo vampírico a través de la familia protagonista es además una crítica absolutamente corrosiva sobre el estado del bienestar y la diferencia de clases en el país belga (perfectamente extrapolable a la sociedad europea en general) donde unos pocos privilegiados manejan a los demás a su antojo utilizándolos y desechándolos de la forma más natural del mundo. Sirvan como ejemplo el que sea la propia policía la que les provee de sangre fresca trayéndoles cada noche a un inmigrante ilegal, que dispongan de una prostituta en casa a la que guardan en una nevera y sacan solo para cenar lo cual ella agradece, puesto que es un trabajo mejor que el que tenía, o el placer culpable que tuvimos todos cuando vimos como el hijo adolescente de la familia y su amigo vampirizan a un disminuido para luego tener que acabar matándolo.

Sin duda, lo más destacable de la propuesta además de su excelente sentido del humor en el que, como ya he dicho, queda muchísimo espacio para hablar de temas sociales sin tener que caer en el izquierdismo obvio de muchos de nuestros cineastas reconocidos amigos de la pancarta, es el esforzadísimo trabajo de sus actores que están inmensos cada uno en su papel y que añaden un punto adicional de verismo al falso documental en el que, eso sí, a veces se justifique difícilmente la presencia de algún plano demasiado calculado cinematográficamente. Pero poca cosa le puedo criticar (en el mal sentido) a esta fantástica muestra de cine que justifica por si sola el que, un año más, me haya venido hasta Sitges para ver y escribir sobre cine.

Divertidísima.

EL ULTIMO EXORCISMO


A principios de los años 40 saltó a los medios americanos una inquietante noticia acerca del extraño comportamiento de una niña de Maryland de 14 años a la cual, al no encontrarse razón médica alguna que justificara su alterado estado, se la había sometido a una antigua liturgia del cristianismo conocida como exorcismo, y que básicamente consistía en un oficio celebrado por un sacerdote cuyo fin era expulsar a un supuesto demonio del cuerpo de la muchacha que era, según parece, el responsable de su malestar.
Fascinado por este caso, el guionista y novelista William Peter Blatty escribió una de las novelas más impactantes de la década de los setenta y se encargó de adaptar la misma al cine para que se convirtiera también en una de las películas más terroríficas de todos los tiempos; “El exorcista”.
Al éxito de su estreno no tardaron en sumarse diversos productos que pretendían rentabilizar la nueva corriente del terror cristiano con tramas que exploraban la biblia desde puntos de vista inéditos hasta el momento. La mayoría de ellos fueron simples exploits sin interés que no resistían comparación alguna con la magnífica película de Friedkin quien, además de haber compuesto algunas escenas escalofriantes, había centrado su trama en los conflictos personales de sus personajes protagonistas tejiendo un drama de gran intensidad, algo a lo que no prestó atención ninguna de las películas que pretendieron aprovechar su rebufo y que en España incluso se utilizó para aumentar la comercialidad de algún film como ocurrió con "Evil Dead" de Sam Raimi, rebautizada en nuestro país con el sugerente título "Posesión infernal".
Agotada la fórmula, la primera década de este siglo parece estar tratando de recuperar aquel film, no con remakes, pero sí con propuestas en las que el exorcismo sea la piedra angular de la trama; “El exorcismo de Emily Rose”, “Exorcismo en Connecticut”, "La posesión de Emma Evans" y la que nos ocupa hoy, “The last exorcism”, han sido las últimas aportaciones a este subgénero.

La película de Daniel Stamm se apunta a esta nueva, aunque ya algo cansina, forma de narración cinematográfica que busca aportar una dosis extra de realismo del falso documental. En el film, un cámara y una técnico de sonido graban a Cotton (Patrick Fabian), un predicador de Nueva Orleans cuyo medio de vida es engañar a sus fieles con sermones bíblicos en su parroquia. Descreído y convencido de ganarse la vida de una forma honrada a pesar de todo, Cotton fue antaño un ferviente creyente. Sin embargo, después de que su hijo fuese hospitalizado sufrió una crisis de fe de la que nunca se recuperaría al ver que fue la medicina moderna y no sus creencias las que salvaron la vida de su pequeño. Convencido de que el fundamentalismo cristiano en el sur puede condenar a muerte a muchos jóvenes ante las firmes creencias de sus padres y su tozuda actitud de rechazo frente a terapias psicológicas y nuevos tratamientos, se decide a filmar un documental en el que él mismo oficiará un exorcismo utilizando toda suerte de trucages para así poner de manifiesto que la gente tan solo ve lo que quiere ver y que las posesiones no son sino el producto de desórdenes mentales.
El film de Stamm funciona perfectamente y su forma de narración cámara en mano acierta de pleno. Las charlas a cámara de Cotton y sus conversaciones con los ayudantes que se ha buscado para la grabación son tan efectivas como las que tuviera el funcionario Van de Merve en “District 9”. Además Stamm dosifica muy bien la atmósfera que se va oscureciendo poco a poco según los sucesos comienzan a desarrollarse y el documental se le va yendo de las manos. Buen pulso narrativo, y un sentido del tempo bien medido son la base para que la parte central de la película se desarrolle haciendo que crezca nuestro interés en la historia.
Todos los elementos se conjugan para que el espectador pase un inquietante buen rato en el que además puede jugar a determinar si la posesión es auténtica o si se trata de un fraude, si la familia oculta algo o si sus temores se inspiran en algo real. Según el propio protagonista empieza a dudar de sus propias convicciones el espectador se sumergirá en la historia que, y he aquí la pega, se precipitará hacia un desenlace salido por completo de madre que ahogará en unos pocos minutos un film que podía haber concluido de forma más contenida y haberse convertido así en una pequeña joya.
El balance final es el de un largometraje recomendable por su magnífica dosificación de los golpes de efecto y el buen hacer de sus intérpretes, especialmente el del protagonista y la joven poseída (Ashley Bell), aunque no alcanzará el Olimpo de las películas de terror al volverse predecible hacia su último tercio y desembocar en un final que, a pesar de ser consecuente con el resto de la historia, deviene excesivo y choca frontalmmente con la excelente atmósfera creada hasta ese momento.
Por cierto, magníficos los primeros quince o veinte minutos en los que Cotton y su familia van explicando, mediante distintos insertos de entrevistas y grabaciones en la iglesia, como el sacerdote prepara sus sermones para que la gente vacíe sus bolsillos mientras gritan amén y aleluya totalmente absortos en las paparruchas que brotan sin parar de sus labios, incapaces de discernir entre si lo que les están leyendo son pasajes de la biblia o la receta para preparar una tarta.

viernes, octubre 08, 2010

CONFESSIONS


Digámoslo ya. A pesar de la publicidad rimbombante con la que el Festival nos ha presentado esta película en el dossier y de la presencia en el pase de su director, “Confessions” (“Kokuhaku”, como título original en japonés) difícilmente verá la luz en nuestras pantallas y, como mucho, alcanzará una edición en DVD.
No es que la película de Tetsuya Nakashima no valga la pena o no merezca una oportunidad en nuestro circuito, por supuesto que sí. Pero como ella, muchas otras de las que en años anteriores también dieron lugar a expectación y comentarios pero, en definitiva, no dejaban de ser buenas ideas pero sin el tirón comercial apropiado (léase proceder de Estados Unidos o ser un film español dirigido por alguno de los sospechosos habituales de nuestra cinematografía).
Claro que algunas películas asiáticas han logrado dar el salto a nuestros cines pero, incluso los éxitos más notables de Corea, Japón, Vietnam, etc,… han tenido una repercusión mucho más mediática que económica, que es lo que les interesa a los distribuidores. Así pues, todos los aficionados al género recordamos la polvareda que levantó “The Ring” de Hideo Nakata o “The audition” de Takashi Miike apenas pasaron de unas pocas salas de versión original con subtítulos para, eso sí, una vez despertado el interés en los medios y los foros especializados, provocar el consiguiente remake perpetrado por Hollywood con mucha mejor repuesta comercial (esto ocurrió con “The ring” aunque no con “The audition” debido a lo escabrosa que resulta esta última, aclaro).

Pero es que “Confessions” ni siquiera se encuentra a la altura de estas dos producciones, ni de “Old boy” o de “The host”, por mencionar otros dos films asiáticos muy distintos entre si pero de un gran nivel que pasaron en su dia por el festival. “Confessions” es la historia de una profesora cuya hija, apenas una niña de tres años, es asesinada por dos de sus alumnos. A partir de esta premisa, la trama se desarrolla en el relato de este suceso a partir de los tres personajes principales cada uno desde su punto de vista, aportando datos nuevos o contradiciendo los de alguno de los otros. Y todo ello para servir como vehículo, en palabras de su director, para abrir un debate ante un tema tan polémico como el de la responsabilidad penal de los menores.
Sin embargo, y si esta era la idea del director, creo que se le va la mano en exceso a la hora de plantear su puesta en escena que acaba siendo tan alambicada y esteta que por momentos uno parece estar contemplando un puñado de videoclips ensartados uno tras otro con constantes secuencias al ralentí. Tanta cámara lenta, tanta música acompañando la lluvia, las nubes o la algarabía de los alumnos del colegio acaban distrayendo de la supuesta intención del director y sumergiéndonos en una especia de catarsis visual que parece querer emular a la del maestro en esto de reflejar el angst de los adolescentes, Gus Van Sant. Pero ahí queda todo, en un intento de émulo aunque sea accidental, porque lo que en el francés deriva en realismo y tono documental reforzando así la veracidad de lo que se explica, en el japonés se ve transformado en un espectáculo exagerado donde abundan los planos forzados, los efectos visuales y los trucages de todo tipo.

Pese a todo no seré yo quien diga que la película no merece un visionado o que no puede dar lugar al debate que esperaba su principal responsable. Tan solo recuerdo que propuestas mucho más frescas y desenfadadas donde la forma era más acorde al fondo como la saga “Crows” alcanzaban esa meta y sin tener que proponérselo de una forma deliberada.

A WOMAN, A GUN AND A NOODLE SHOP


Si antes de que empezara el festival de este año alguien me hubiera preguntado que película de las propuestas era una apuesta segura, probablemente le habría señalado ésta. No solo porque considero a Zhang Yimou un poeta visual sino también porque sus últimas películas, siguiendo la corriente de recuperación del wuxiapian que iniciara Ang Lee con “Tigre y Dragón”, son un delirio de acción e intriga que pueden gustar a casi cualquier tipo de público.
Tal vez por mi estrechez de miras o por no tomarme demasiado en serio lo de que “A woman, a gun and a noodle shop” estaba inspirada en la opera prima de los hermanos Coen (“Sangre Fácil”), nunca pensé que esta película sería una propuesta minimalista tan alejada de la grandilocuencia y el barroquismo del que Zhang Yimou había hecho gala en sus últimas y enormes producciones (“La casa de las dagas voladoras” y “La maldición de la flor dorada”). Pero así es. Su última película resulta estar más próxima al teatro que no al cine espectáculo, como si el veterano director hubiera sufrido de repente un ramalazo de nostalgia y hubiera querido recordar sus tiempos como director de teatro.
La película transcurre en su totalidad en el Restaurante de Tallarines que aparece en el título de la misma (“The noodle shop”) y en el rojizo y rallado desierto montañoso en el que se encuentra ubicada. Por esos parajes circulan arriba y abajo, adentro y afuera como actores entre bambalinas los seis personajes principales de la función ya que, siguiendo las directrices de la ópera china, Yimou ha optado por añadir dos personajes más a los cuatro que componían el elenco de la pelicula de los Coen; por un lado tenemos al dueño del restaurante, a su mujer y a su amante. Después está el policía que es contratado por el dueño del restaurante para asesinar a su esposa infiel y al empleado que se acuesta con ella. Y en último lugar a esos dos personajes adicionales cuya función no es otra que la de incorporar un punto de humor a la trama añadiendo algunos gags ciertamente divertidos.
Curiosamente esto último me parece el mayor acierto de la película. Habida cuenta de que se trata de un film inspirado en otro que destacaba precisamente por su sobriedad expositiva y su aspereza, el que el film de Yimou comience con esa magnífica y divertidísima secuencia en la que un comerciante persa trata de vender su mercancía a los empleados del restaurante utilizando toda suerte de malabarismos y trucos baratos, parece estar introduciéndonos en un tipo muy distinto de película a la de los Coen. Por desgracia, este tono jocoso va dando lugar a uno bastante más dramático, jalonado eso sí por las simpáticas incursiones del dúo antes mencionado, en el que iluminación, música y ritmo nos llevan hacia los lugares comunes del género.
Con todo resulta una película recomendable e incluso estimulante en algunos momentos a pesar de que su minimalismo haga que la hora y media que dura parezca dilatarse por momentos, sobretodo hacia la mitad del relato.
Llegados a este punto no puedo imaginar qué nos deparará el talento de Yimou en su próxima película pero, con este ejercicio de estilo contenido y de vuelta a sus orígenes, parece estar diciendo adiós a la épica y al manierismo con el que ha teñido de colores las pantallas de nuestros cines durante los últimos años. Para sus detractores supongo que motivo de regocijo para sus admiradores, entre los que me encuentro, una lástima.