sábado, junio 13, 2015

EL DESTINO DE JUPITER (quizá ligado al de los Wachowski)



Han pasado ya 16 años del estreno de Matrix (idem, 1999, Andy y Lana Wachowski) y 12 desde que los Wachowski cerraran su trilogía estrenando en el mismo año sus dos innecesarias secuelas, Matrix Reloaded (ídem 2003, Andy y Lana Wachowski),  y Matrix Revolutions (ídem, 2003, Andy y Lana Wachowski). Desde entonces, esta pareja de hermanos tan solo ha dirigido tres películas más; Speed racer (ídem, 2008, Andy y Lana Wachowski), El atlas de las nubes (Cloud Atlas, 2012, Tom Tykwer, Andy y Lana Wachowski) y El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015, Andy y Lana Wachowski). Todas ellas tienen muchos puntos en común con su revolucionaria opera prima, pero entre ellas destaca fundamentalmente esa idea de marcar un precedente; su actitud revolucionaria frente al cine. Ya expliqué en su momento hasta qué punto me parecía patente esta voluntad de cambiar el cine que latía en los fotogramas de Speed Racer y aprovecho esta crítica sobre El destino de Júpiter para volver sobre esta intención tanto en la película que me ocupa como en la anterior, El atlas de las nubes. Baste decir como ejemplo, que el propio Tom Hanks comentó en una entrevista publicada en la revista Dirigido Por… a propósito del estreno de El atlas de las nubes en nuestro país, que los Wachowski no tenían impedimento alguno, más bien al contrario, en comentar durante el rodaje que lo que estaban haciendo no era una simple una película si no una obra de arte. Presunción tal que incluso a alguien con las tablas de Hanks le sorprendía. Y a juzgar por la escasa repercusión que acabó teniendo la película, se entiende. No obstante debo añadir que a mí El atlas de las nubes me parece una película notable.
Pero retomando el tema de la revolución en el cine, tener la voluntad de cambiar las cosas y de dejar impronta no es lo mismo que conseguirlo. Avatar (ídem 2009, James Cameron), fue anunciada como la película que iba a cambiar el cine y, aunque yo no entendí este cambio después de verla, ahora debo aceptar que así fue. Cambió la forma en que se consume el cine y también la forma en que se produce, ya que de alguna manera obligó a muchas productoras a apostar por una forma de grabar las películas que supeditaba la planificación a favorecer o aumentar el efecto 3d en el espectador y hasta a incluir innecesarias secuencias espectaculares que de otro modo hubieran quedado fuera. Y esto es válido para películas de puro consumo como las últimas entregas de Fast and the furious (Fast & Furious 6, 2013, Justin Lin), (Fast & Furious 7, 2015, James Wan) o el más premiado como Gravity (ídem, 2013, Alfonso Cuarón) o para el cine actual de los profesionales más curtidos y con mayor trayectoria como Prometheus (ídem, 2012, Ridley Scott) o la recientísima Mad Max Fury road (ídem, 2015, George Miller).
A pesar de las muchas expectativas generadas alrededor de estos dos hermanos (Matrix se ha llegado a comparar, quizá con razón, con Blade Runner) la revolución de los Wachowski no ha llegado tan lejos como cabría esperar. Matrix  logró dejar huella porque unió un concepto visual novedoso a un collage filosófico-tecnológico que llevó a un escalón superior al cine de acción y volvió a llenar de contenido a la ciencia ficción, ambos géneros anquilosados en fórmulas que no dejaban de imitarse; las buddy movies por un lado y el puro espectáculo por otro. Sin embargo, aquella revolución tecnológica no pasó del uso repetitivo ad nauseam  famoso efecto bullet time en películas posteriores de todo género y condición, y su discurso, aunque fresco y provocador en aquel momento, fue dinamitado por ellos mismos al sobresaturar al espectador con sus dos continuaciones que retorcían innecesariamente lo que tan bien ensamblado había quedado en el film inicial.
Pese a todo, esa idea de la humanidad en busca de la libertad, cautiva sin saberlo, viviendo al margen de la auténtica realidad y la reiteración de personajes y situaciones que nos llevan a pensar en el eterno retorno nietzschiano (la explicación de los deja-vu en Matrix, la idea del mesías como un error que se repite cíclicamente en Matrix reloaded y Matrix Revolutions, los distintos universos de El atlas de las nubes donde se explica la misma historia pero en contextos diferentes, los mismos actores haciendo distintos pero similares papeles en esas historias, la idea de la reencarnación como un “volver a empezar” en El destino de Júpiter,…) han continuado siendo las señas de identidad del cine de los Wachowski lo que le da una cierta cohesión temática al conjunto más allá del simplemente observable hecho de que todas sus películas son de ciencia ficción.
Si en Matrix los hombres viven en un entorno virtual ajenos a la lucha que se produce en la vida real donde se espera a un mesías libertador, igualmente ocurre en El atlas de las nubes donde, en sus distintas historias, todos los grupos de personajes se encuentran atrapados en una vida donde han sido sometidos y alguien deberá tomar las riendas de la revolución que los liberte. De modo similar, en El destino de Júpiter los humanos no saben que el planeta en el que viven no es más que uno de los muchos objetos celestes habitados que flotan en el espacio entre los que ni siquiera ocupa un lugar destacado. Es una propiedad privada de un empresario galáctico y una moneda de cambio entre los hermanos de éste que tan solo ven en nuestro punto azul un territorio en el que cebar humanos para licuarlos después y  convertirlos en la sustancia más valiosa del universo, la que permite a otros ser inmortales. ¿Les suena de algo?
Como en sus otras películas y especialmente en Matrix, aquí también hay una libertadora. Se trata de una posible reencarnación de uno de esos inmortales que podrá, si lo consigue ayudada por guerreros del espacio, reclamar su derecho a ser la dueña de la Tierra, aunque este sea un hecho del que ningún humano tenga nunca conciencia y, de hecho y por voluntad de la propia reina, no altere su peculiar vida en la Tierra.
Toda esta trama está por supuesto envuelta por una amalgama de estilos futuristas donde se mezclan cyberpunk con steampunk y  ci-fi clásica. No falta tampoco toda la parafernalia necesaria para causar impresión en el gran público y poder construir un tráiler que genere expectativas entre el fandom; enormes naves espaciales, enfrentamientos cuerpo a cuerpo y a tiros entre cazarrecompensas siderales motorizados o no, valientes guerreros mitad humanos mitad lobos que vuelan con unas zapatillas antigravitatorias, Sean Bean haciendo chistes sobre sus posibilidades de no morir en esta película y… un montón de abejas.
Película tras película los Wachowski van tejiendo una trayectoria que en lugar de expandirse parece irse enrollando alrededor suyo dejando cada vez menos espacio para tomarles en serio. De hecho, ellos mismos parecen ser muy conscientes de ello pues El destino de Júpiter le debe tanto a Matrix que incluso termina con un plano exactamente igual al de aquella; Neo habla en off y sale volando cruzando la pantalla en aquélla y Júpiter habla en off y sale volando cruzando la pantalla esta. Corte a negro y música a tope en ambos casos.
Para concluir tan solo diré que Júpiter, la protagonista de ésta película, es una inmigrante de la Europa del Este en Estados Unidos que se gana la vida limpiando váteres con una escobilla y, un día descubre que en realidad es la dueña del planeta Tierra. Creo que, si los Wachowski siguen por el camino que llevan, pronto descubrirán que fueron los dueños del planeta Tierra hace 16 años pero que van camino de acabar cogiendo una escobilla y dedicándose a…