Rob Zombie
sorprendió a propios y extraños con su película debut de 2003 “La casa de los
mil cadáveres” (House of 1000 corpses [Rob Zombie, 2003]). Su textura sucia y
plagada de filtros coloristas que bebían de la pasión de su autor por los
fanzines y los collages fotográficos con los que adornaba sus álbumes musicales
(Rob Zombie era el líder de la banda de metal “White Zombie” y también publicó
dos álbumes en solitario bajo su propio nombre) así como una puesta en escena y
un guión plagado de guiños y referencias a películas clásicas (no solo de
terror) de los años setenta, hicieron que la crítica dirigiera su mirada hacia
él a pesar de no cosechar un gran éxito de público.
Superado el examen
inicial Zombie revalidó su talento con una secuela a contracorriente de su
primera película a la que tituló “Los renegados del diablo” (The devil’s
rejects [Rob Zombie, 2005]) donde dejaba a un lado el terror de casa con
familia psicópata y disfuncional cepillándose cualquier rastro que pudiera
relacionarla con el fantástico (adiós al Dr. Satán y sus sádicos experimentos)
para embarcarse en una delirante “road movie” en la que los tres miembros más
carismáticos de esa letal familia que conocimos en la primera película,
emprende una huida en la que son perseguidos por el no menos psicópata sheriff
al que daba vida Bill Moseley. Desdibujando la frontera entre ley y crimen,
bien y mal y presentando un mundo en el que la violencia era omnipresente donde
quien a hierro mata a hierro muere, Zombie nos regaló algunos de los momentos
más conseguidos de su filmografía y volvió a ganarse a la crítica a costa de no
llegar a un gran público. Sus películas ya eran carne de festival
especializado, maratones nocturnas y público “exquisito”.
Finalmente sucede
lo que tenía que suceder. Zombie es invitado a llevar a cabo el remake de un
clásico entre los clásicos del cine de terror, “Halloween” de John Carpenter.
Consciente de que pisa un suelo resbaladizo pero que un buen trabajo puede
situarle al fin en primera línea dentro del género al que lleva dedicándole los
últimos años de su trabajo acepta pero se asegura su participación directa en
la confección del guion. Gracias a eso, la película resultante deja de ser una
reconstrucción y actualización al uso del célebre film de Carpenter y se
transforma en un film con dos partes, una primera con un claro sello Zombie (el
relato de como el joven Michael Myers crece en una familia violenta y
retrógrada y como él acaba convirtiéndose en un asesino, encerrado en una
institución mental donde es manipulado por un psicoanalista en busca del éxito
editorial y como, finalmente sale de allí convertido en una máquina de matar) y
otra mucho más complaciente tanto con el público como con la obra original
donde el director se limita a repetir algunas de las secuencias más recordadas
de aquélla. El resultado final es un gran éxito de público pero las primeras
suspicacias entre la crítica que comienzan a intuir una domesticación del
enfant terrible del cine de terror americano.
Inconformista y no
demasiado contento con el resultado final de “Halloween” donde a pesar de su
mano sobre el guión estaba limitado por el tributo al clásico, Zombie acepta
filmar una continuación (Halloween II, Rob Zombie, 2009) en la que solo él se
encarga de escribir el libreto. El resultado es el de una película que nada
tiene que ver con la continuación que tuvo el Halloween original (aquí titulado
“Sanguinario”) y que hace del tenebrismo, de la violencia expeditiva y de
cierto onirismo (al que algunos atribuyen su fracaso comercial) su carta de
presentación y también el finiquito para su visión del personaje de Michael
Myers al que da muerte, entendemos que definitivamente, al final de la película.
Como decía antes, las alucinaciones y visiones del personaje y un cierto
ambiente onírico en todo el relato pudieron provocar el rechazo por parte del
público que esperaba algo menos aplicado estilísticamente y más acorde a los
tiempos que estaba marcando el género con películas como “Destino final” o “Saw”
(personajes masacrados uno tras otro a ser posible de la forma más estrafalaria
posible). Tan mal resultado de taquilla hizo que la película no llegara a
estrenarse en nuestro país y de hecho no lo hiciera ni siquiera en DVD hasta
hace apenas un año.
Si añadimos a la
debacle comercial de su Halloween 2 el que su siguiente film “The haunted world
of el Superbeasto” (Rob Zombie, 2009) fuera una película de animación de
bajísimo presupuesto y sobre un personaje completamente desconocido en nuestras latitudes, no es de extrañar que
muchos de sus seguidores consideraran la carrera de Rob Zombie más muerta que
su apellido.
Pero aquí estamos,
2012, tres años después y en Sitges podemos disfrutar de su nuevo trabajo con
el que Zombie pretende regresar por la puerta grande. El Festival no ha escatimado en elogios y nos ha preparado
hablando de una película dura y muy terrorífica. Dos de sus actrices
protagonistas que han hecho acto de presencia en certamen, las veteranas Dee
Wallace y Meg Foster, se refieren al film como una película muy distinta a lo
que nos ha tenido acostumbrados su director y que le sitúa en un nivel
superior. En definitiva, parece que nos encontramos ante la película
culminación de Zombie en la que podremos ver un producto no destinado
únicamente a sus más acérrimos aficionados sino una película que lo colocará en
el lugar de privilegio en el que están obras como “El exoricsta”, “El
resplandor” o “La semilla del diablo”.
Dos horas después
las luces se han encendido y ante nuestros ojos ha sucedido cualquier cosa
menos ese milagro que se nos había anunciado. Hemos visto el culo de Sheri Moon
Zombie por enésima vez (no hay película en la que el director no aproveche para
recorrer con su cámara la agraciada anatomía de su mujer, si bien hay quien
mantiene que en esta ocasión es un plano justificado como dice Tomas Fernández
Valenti en su entrada sobre esta película), hemos visto a un cura que recibe
una felación, una inquietante y brujeril presencia en un edificio poblado por
unas señoras no menos brujeriles, una representación del diablo en forma de
bebé gordo y deforme con tentáculos fálicos, oscuros ministros de la iglesia
tocándose sus partes mientras la chica de la película cabalga una cabra, etc,…
Sería injusto por
mi parte decir que la película es un galimatías sin sentido donde lo único que
se busca es la provocación fácil a partir de las imágenes que he descrito en el
párrafo anterior. Pero no sería menos injusto no mencionar que son esas y no
otras las secuencias que acaba uno recordando de un film que prometía mucho en
su inicio pero que se desinfla, o se infla en este caso, demasiado hacia su
desenlace. Sin entrar a desarrollar demasiado el argumento del film diremos que
su primera mitad, y tras un prólogo muy inspirado y prometedor con aquelarre
medieval filmado de una forma muy realista, propone una película de terror
intimista y hasta minimalista. Con apenas dos o tres escenarios y algún
exterior nocturno seguimos la rutinaria pero acomodada vida de la protagonista
que no es sino una locutora de radio en un programa sobre música metal. Las
cosas empiezan a torcerse cuando ésta recibe una carta con un disco en el que
hay grabada una extraña música que hace que las mujeres del pueblo, la mítica
Salem, entren en una especie de éxtasis y que a élla le afecta aún de una forma
más aguda haciendo que su conducta se vuelva errática y, además, comience a
tener visiones sobrenaturales a las que cree que puede combatir sumergiéndose
de nuevo en las drogas, algo que había abandonado con la ayuda de su novio
(locutor en el mismo programa) hace años.
Sin embargo, todo
este cóctel en el que como se ve hay cabida para muchas interpretaciones y
caminos distintos (psicológicos, sociales, propiamente fantásticos,…), son
dirigidos en la última media hora hacia la provocación más explícita, la que
convierte a Sheri Moon Zombie en la novia elegida por el Diablo (con ello
supongo que la actriz cumple un sueño de infancia) y somete al espectador a ese
bombardeo de imágenes delirantes y, en ciertos momentos, ridículas donde se
combina tenebrismo al estilo de El Bosco, el réquiem de Mozart y un catálogo inagotable de presencias
espectrales que bastarían para completar un capítulo adicional en la
referencial obra sobre lo abyecto de Umberto Eco “Historia de la fealdad”.
Creo que Zombie
pretende realmente dar ese paso adelante y creo que en cierto modo lo consigue.
Creo también que esta es probablemente su película más personal y en la que ha
tenido menos en cuenta al público, ni siquiera a “su público”. No obstante, es
una película llena de asperezas con un final muy deslavazado y que
probablemente funcionaba mucho mejor en la imaginación de su autor que una vez
cobró vida en celuloide. Su particular visión del satanismo y todo lo que rodea
a la figura del Diablo no están exentas de originalidad y frescura pero su
representación no alcanza el nivel esperado y, como ya dije en un párrafo
anterior, se llega a caer en el ridículo al querer pervertir de un modo un
tanto naif la institución de la iglesia y lo que la rodea con provocaciones
sexuales pasadas de rosca.
Tal vez Zombie haya
querido alcanzar un nivel superior con este film pero a mi entender, lo que ha
logrado, es convertirse en un director aún más minoritario y mejor apreciado
por los estudiosos del cine de género, un cineasta de culto, una rara avis en
el panorama actual del fantástico americano. Con sus luces y sus sombras Zombie
nos ha brindado una película que demuestra que, en efecto, su cine está tan
muerto como su apellido. Muerto viviente.
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