Robert McKee
dice en su libro (de fundamental lectura para todo aficionado o profesional del
séptimo arte) “El guión” (Story, Robert McKee) que un guión debe tratar sobre
la vida. Tras ver “Birdman” de Alejandro González Iñárritu no puedo sino
confirmar que el director mejicano tenía muy presente esa premisa en su cabeza
cuando escribió, rodó y montó esta interesantísima película.
Pero cojamos
ya el toro por los cuernos y digamos que Birdman no es una película fácil. Su
pirueta visual que parece envolver toda la historia en un único plano secuencia
y en un único escenario, es vistosa e incluso necesaria, pero puede carecer del
atractivo postmoderno que el espectador medio espera de una película y al que
tanto y, de forma tan vehemente, habla esta película. Porque sí, porque es al
espectador al que Iñárritu le está enviando su discurso, una exposición que no
trata tanto sobre los actores y la gente del mundo del espectáculo, sino del
público y lo que éste espera de esos profesionales.
Iñárritu no
esquiva los tópicos respecto a los actores a los que presenta como bichos
raros, gente con los nervios a flor de piel, promiscuos, maniaco- depresivos,
incluso. Tampoco sobre los críticos, mostrados una vez más como infames
verdugos que, como si agencias de rating económicos se tratara, pueden con su
juicio hundir en la miseria o alzar a los cielos cualquier producción a la que
le dediquen su columna. Pero esos tópicos, que siempre tienen algo de cierto,
no buscan otra cosa que la de llamar la atención del público sobre su propio
papel en todo el tinglado de las artes escénicas, del teatro y, muy
especialmente, del cine.
El
protagonista de Birdman es un alter ego de su propio actor, Michael Keaton,
alguien que en su día triunfó con una película de superhéroes de gran éxito
(como el propio Keaton que alcanzó la fama con el primer Batman (Batman, Tim
Burton, 1989) y, de hecho, abrió la puerta para todo el aluvión de películas
sobre superhéroes que vivimos hoy día) y que, tras haber probado las mieles del
éxito, siente que ha traicionado a su profesión. Esto coloca al protagonista
ante el dilema moral de seguir contentando a un público masivo con el que él no
se identifica pero que le ha dado todo cuanto tiene, o renunciar a él y tratar
de hacer las paces consigo mismo demostrándose que es capaz de hacer algo que
llegue al público sin apoyarse en un gran espectáculo pirotécnico.
Hubiera sido
sencillo presentar al personaje de Keaton como a un payaso sin talento que
acierta por casualidad o que ni siquiera acierta con su salto al vacío, pero
eso sería cargar las tintas y explicar una mentira porque, sinceramente,
¿alguien puede pensar que con la cantidad de jóvenes que tratan de llegar a ser
actores, los que lo consiguen son gente sin talento solo porque aparecen en
películas que nos parecen vacías? ¿Qué lo son solo por su cara bonita? ¿Cuántas
caras bonitas, quizá incluso más bonitas que las que vemos en pantalla no se
han quedado por el camino?
Iñárritu, como decía, tiene buen cuidado en incluir
una secuencia en la que el personaje que interpreta Keaton se enfrenta al que
interpreta Edward Norton (cuyo papel es el de un actor de método de mucho
talento pero con un comportamiento imprevisible, otro tópico) vomitándole un
speech acerca de su pasado y los malos tratos a los que le sometía su padre
para, después, soltarle en la cara que se lo acaba de inventar todo y dejar
claro así que no es un mal actor, tan solo uno que ha perdido la credibilidad
por parte de un sector del público, el que no le perdona sus trabajos
anteriores. ¿Pero es el público lo que le importa? Su hija se lo grita a la
cara para que todos podamos entenderlo de una vez. El único público que le
preocupa es él mismo y no los cuatro sibaritas que vienen a ver una obra de
arte y ensayo como preludio para una charla de café posterior.
El público
es un amante cruel; dicen que en el cine de Hollywood vales lo que tu última
película. Este tratamiento no se le da a ningún profesional de ningún otro sector.
A un albañil no se le veta para un puesto de peón en la construcción de un
chalé si su último trabajo fue levantar una pared en un edificio de pisos
baratos. Este tipo de juicios se emiten tan solo sobre aquellos sobre los que
pesa la esquiva losa de “artista”, como si el arte fuera algo que pudiera
planificarse y además hubiera de contentar a todos. Como si uno pudiera elegir
cuando va a hacer arte y cuando, sencillamente, va a trabajar en una bagatela.
Es el público el que decide lo que es arte otorgándole su aprobación, no
mediante la compra de una entrada (que en ese momento no sabe si lo que va a
ver le va a emocionar o no), sino reconociendo el valor de lo contemplado a lo
largo del tiempo, manteniendo vivo su recuerdo, convirtiéndolo en una
referencia, reconociendo el valor de su trabajo, de su innovación, de su
capacidad para no abandonar nuestra cabeza e incluso para motivarle a querer
hacer lo mismo, inspirándole.
Iñárritu y
su personaje nos enseñan que en el cine y en el arte en general, la única
persona que debemos tener en cuenta cuando nos ponemos a trabajar es nosotros mismos,
no en un sentido onanista, no para nuestra autosatisfacción, sino para
liberarnos. Debemos terminar con la sensación de que hemos hecho lo que
realmente queríamos hacer, no porque nuestro contratista, si lo hay, lo
considera comercial, no porque los bloggers lo consideran tendencia, no porque
la crítica especializada lo va a aprobar, ni siquiera porque el público lo va a
aplaudir. Todo ello estará bien si sucede pero no debe ser nunca el objetivo en
si mismo. ¿Qué autor cinematográfico actual puede conjuntar todo eso y además
sentir que no se ha traicionado a si mismo? Seguramente muy pocos. Como sugiere el
subtítulo de la película, en lo que al arte se refiere a veces la ignorancia
puede revelarse virtud.
Escribamos,
grabemos, dibujemos, pintemos o fotografiemos. Pero hagámoslo siendo sinceros
con nosotros mismos. Mostremos nuestra verdad sin plantearnos si con ellos
complacemos o molestamos. Como si dice el Santo Libro, “la verdad os hará
libres” (Juan 8: 32). Como a “Birdman”. Libre como un pájaro.