Sé que yo soy humano. Y sé que algunos de vosotros también lo sois, porque si no os echaríais encima de mí ahora mismo y me mataríais. (Mc Ready [Kurt Russell], “John Carpenter’s, The thing”, ……)
Cuándo John Carpenter pudo dar el salto a la “serie A” o, por expresarlo de una forma más acertada, a las producciones de gran presupuesto, lo hizo con la puesta al día de una película de los años 60 dirigida por Christian Nyby y un inesperado (por la condición fantastique de la propuesta, inédita en su carrera) Howard Hawks, “El enigma de otro mundo, (The thing from another world,1951)”. El resultado, en términos de público y crítica, fue catastrófico. Víctima de los amplios recursos con que pudo contar, el director pareció mucho más interesado en dotar de un realismo impactante a los efectos especiales y de maquillaje que salpicaban la película, que a apuntalar un guión demasiado mecánico o a medir mejor los tiempos del suspense, como sí había hecho en sus anteriores y mucho más modestos trabajos como “La niebla (The fog, 1980)”, por ejemplo. Hoy en día, tanto la crítica especializada como la mayoría del público aficionado al género, sabe que lo expuesto en el párrafo anterior es una falacia y que "La cosa (John Carpenter’s, The thing, 1982)” no es solo una de las mejores películas de su director sino una cumbre del fantástico de los ochenta y una referencia para muchas películas posteriores. No obstante, esta disparidad de criterios en el tiempo deja muy claro que cada película es víctima de su época y que la opinión, ya sea de público o de crítica, se puede manifestar de modos muy distintos a tenor de las circunstancias (de todo tipo) en la que se visiona un determinado film. Con el estatus de clásico entre manos hacía ya años que se venía hablando de aprovechar la franquicia (término que incluso hoy aún le viene grande al film) para lanzar una secuela, continuación o cualquier tipo de película que pudiera ser relacionada con la de Carpenter aunque fuera de forma tangencial. El propio Carpenter fue relacionado con una posible continuación pero, quizá alarmados ante la posibilidad de que se repitiera el fracaso comercial al estar el nombre del director ligado indefectiblemente a productos de bajo presupuesto, fue apartado antes de que llegara a concretarse ningún proyecto. Por otro lado, hace cerca de diez años tuvimos ya la posibilidad de vivir una secuela de la película en formato de videojuego pero, una vez más y como si se tratara de un proyecto maldito, su lanzamiento no tuvo la repercusión esperada, postergándose de nuevo su vuelta a los cines. Con este peso encima, los responsables de la nueva “The thing” tenían un hueso muy duro de roer si querían contentar a los fans del film de Carpenter (su público asegurado) y al mismo tiempo atraer a una nueva generación de espectadores a esta informe mezcla de ciencia ficción y terror psicológico. En estos tiempos que vivimos de remakes y reboots cualquiera de las dos opciones era posible, ahora que una secuela quizá llegara demasiado tarde y que el público más joven no conectaría con la propuesta al no haber visto aún el film original. Aunque un remake situaría a los responsables del film en el punto de mira de los incondicionales de Carpenter que no les perdonarían una pifia, un reboot les obligaría a desmantelar todo el trabajo previo que, de alguna manera, era el que dotaba al film de originalidad y personalidad propias distinguiéndolo de otras producciones que habían intentado la misma combinación y habían caído en el olvido. Así pues, la opción elegida ha resultado ser una precuela que mezcla ambas; un reboot en cuanto a personajes y enfoque, y un remake a nivel de trama y de “copia” de determinadas secuencias clave de la película original. El film, que como indicaba es argumentalmente una precuela de la película de Carpenter, comienza con la protagonista, la doctora Kate Lloyd (Mary Elizabeth Winstead), siendo invitada a participar de un descubrimiento de gran importancia, llevado a cabo por los integrantes de una base noruega en la Antártida. La doctora, una vez trasladada allí y comprobando que dicho descubrimiento es de carácter alienígena, tratará de persuadir a todos de que tomen las suficientes medidas de seguridad, más aún a partir del momento en que la criatura encontrada en el hielo muestra claros signos de hostilidad y una increíble capacidad para “sustituir” a cualquiera de los miembros de la base. Ignorando en gran medida los procedimientos sugeridos por la doctora, “la cosa” tratará de ocultarse en unos y otros a la espera de no ser descubierta haciendo escampar la paranoia entre los miembros de la base que ya no sabrán de quién fiarse. La novela de la que parte la historia original y a la que remiten las tres películas, la de Nyby/Hawks, la de Carpenter y la que nos ocupa hoy, lleva por título “Who goes there? (John W Campbell,)” cuya traducción vendría a ser “¿Quién anda ahí?”. Creo que el título resume por si solo cuál es el espíritu que debe impregnar la historia: desconfianza, sospecha, suspense, miedo… Si a partir de ello entramos a valorar cuál de las películas hace mejor el trabajo encontraremos opiniones para todos los gustos. A mí, particularmente, la combinación de desconfianza y paranoia con las explosiones de violencia y gore del film de Carpenter no me parecen haber sido superadas por las de la presente película. Ni siquiera igualadas. Y eso que en cuanto a efectos la película que nos ocupa cuenta con la socorridísima baza del CGI que, según dicen, hace mucho más creíble cualquier efecto que se quiera representar en una película. Con todo respeto, a mí me parecen mucho más auténticos aquéllos maquillajes, que quizá por su plasticidad y su naturaleza física real encajan mucho mejor con las múltiples metamorfosis y el carácter informe de la criatura que se pasea por la película, que los muy sofisticados efectos digitales de la versión actual que resultan demasiado “artificiales” y limpios como para dotar a la criatura de la fisicidad necesaria. Respecto al tema concreto de la paranoia que, como ya indicaba es central en la trama, creo que igualmente acaba perdiendo la actual película. Si bien es cierto que introducir el concepto de duplicación de cuerpos ”con mejoría” (lo cual da lugar a las pruebas de los empastes o al curioso detalle de la prótesis metálica desechada) es un acierto para la verosimilitud que hoy se le piden a todas las propuestas de fantástico (algo un tanto absurdo y que se está llevando al paroxismo, si me lo permiten), ninguna de las situaciones a las que da lugar este descubrimiento consigue superar el ambiente conseguido en el film de Carpenter con recursos mucho más simples (el perro entrando en una habitación sobre la que vemos proyectada la sombra de un personaje cuya identidad desconocemos pero que sabemos será el primer “personaje cosa”, el hallazgo de unos calzoncillos con sangre que solo pueden pertenecer a unos determinados hombres, la destrucción de las bolsas de sangre a la que solo tienen acceso unos pocos personajes,… o la antológica prueba de la sangre a la que son sometidos todos los supervivientes por el protagonista, McReady (Kurt Russell), y que deja claro que “la cosa” no es solo una o varias personas sino cada una de sus partes; hay una cosa en cada gota de sangre expuesta, en cada célula… Además, y pasado el ecuador de la película de Carpenter, la paranoia da lugar a un dilema ético de supervivencia que se resume en la frase con la que comienzo este post extraída directamente de la película; ahora que McReady ya sabe a lo que se enfrentan, que sencillo sería, teniendo a todos sus compañeros delante acabar con ellos, saber a ciencia cierta de ellos es ya humano sería la solución. Por desgracia, la astucia de “la cosa” le impide certificar si aún hay amigos delante de él y debe continuar invirtiendo tiempo en desenmascarar a los posibles impostores… Pero aunque el film de Matthijs van Heijningen Jr. fracase en la comparación con el clásico no debemos por ello condenarlo a la quema como si careciera de mérito alguno. Es cierto que cae en muchos de los tópicos de toda producción hollywoodiense de género ( a mi entender el peor de todos el haber de introducir a una protagonista americana en la función, algo totalmente absurdo si se toma la película como precuela de la original en la que en ningún momento se mencionaba a ningún compatriota en la destruida base noruega y que los responsables del film pretenden esquivar de forma pueril haciendo que ésta termine su viaje en un vehículo oruga a kilómetros de allí), un abuso de los FX en detrimento de una profundidad dramática y argumental (especialmente a la hora de no cortarse en mostrar los interiores de la nave espacial y sus excelencias tecnológicas) o el insinuar una posible relación amorosa entre la protagonista y otro americano (sí, sí, otro más que los noruegos deben ser muy fríos) en la base, al que da vida Joel Edgerton. Y pese a todo lo dicho acierta a la hora de reivindicar el espíritu de la historia original repitiendo/actualizando algunos de aquellos momentos (la secuencia de los empastes antes mencionada, la autopsia en la que se descubre la duplicación,…). Pero sobre todo, en lo que más da en la diana y reconoce, de forma implícita, la impronta del film de Carpenter, es en la cantidad inmensa de situaciones y momentos en los que ata cabos con aquella película, regalándonos muchos planos cuya correspondencia, si bien no aportan gran cosa a nivel argumental a quien ya ha visto la original, sí nos hacen sonreír y valorar un cierto nivel de homenaje en la propuesta actual (la banda sonora que repite el soniquete percusionista de la compuesta en su día por Ennio Morricone, los parajes nevados y las horribles mutaciones de la criatura como contexto “lovecraftiano”, la atmósfera siniestra en la que se va sumergiendo poco a poco la base noruega con ese sarcófago de hielo vacío, el científico suicida en la silla con las estalactitas de sangre colgando de su cuerpo y, sobre todas ellas, la abominable figura de aquella doble cara separándose o uniéndose en una amalgama de brazos y piernas cuyo resultado final queda carbonizado y congelado a la vez por los efectos del, siempre útil, lanzallamas y el frío polar que va penetrando poco a poco en la base hasta hacerse con ella.
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