viernes, octubre 08, 2010

A WOMAN, A GUN AND A NOODLE SHOP


Si antes de que empezara el festival de este año alguien me hubiera preguntado que película de las propuestas era una apuesta segura, probablemente le habría señalado ésta. No solo porque considero a Zhang Yimou un poeta visual sino también porque sus últimas películas, siguiendo la corriente de recuperación del wuxiapian que iniciara Ang Lee con “Tigre y Dragón”, son un delirio de acción e intriga que pueden gustar a casi cualquier tipo de público.
Tal vez por mi estrechez de miras o por no tomarme demasiado en serio lo de que “A woman, a gun and a noodle shop” estaba inspirada en la opera prima de los hermanos Coen (“Sangre Fácil”), nunca pensé que esta película sería una propuesta minimalista tan alejada de la grandilocuencia y el barroquismo del que Zhang Yimou había hecho gala en sus últimas y enormes producciones (“La casa de las dagas voladoras” y “La maldición de la flor dorada”). Pero así es. Su última película resulta estar más próxima al teatro que no al cine espectáculo, como si el veterano director hubiera sufrido de repente un ramalazo de nostalgia y hubiera querido recordar sus tiempos como director de teatro.
La película transcurre en su totalidad en el Restaurante de Tallarines que aparece en el título de la misma (“The noodle shop”) y en el rojizo y rallado desierto montañoso en el que se encuentra ubicada. Por esos parajes circulan arriba y abajo, adentro y afuera como actores entre bambalinas los seis personajes principales de la función ya que, siguiendo las directrices de la ópera china, Yimou ha optado por añadir dos personajes más a los cuatro que componían el elenco de la pelicula de los Coen; por un lado tenemos al dueño del restaurante, a su mujer y a su amante. Después está el policía que es contratado por el dueño del restaurante para asesinar a su esposa infiel y al empleado que se acuesta con ella. Y en último lugar a esos dos personajes adicionales cuya función no es otra que la de incorporar un punto de humor a la trama añadiendo algunos gags ciertamente divertidos.
Curiosamente esto último me parece el mayor acierto de la película. Habida cuenta de que se trata de un film inspirado en otro que destacaba precisamente por su sobriedad expositiva y su aspereza, el que el film de Yimou comience con esa magnífica y divertidísima secuencia en la que un comerciante persa trata de vender su mercancía a los empleados del restaurante utilizando toda suerte de malabarismos y trucos baratos, parece estar introduciéndonos en un tipo muy distinto de película a la de los Coen. Por desgracia, este tono jocoso va dando lugar a uno bastante más dramático, jalonado eso sí por las simpáticas incursiones del dúo antes mencionado, en el que iluminación, música y ritmo nos llevan hacia los lugares comunes del género.
Con todo resulta una película recomendable e incluso estimulante en algunos momentos a pesar de que su minimalismo haga que la hora y media que dura parezca dilatarse por momentos, sobretodo hacia la mitad del relato.
Llegados a este punto no puedo imaginar qué nos deparará el talento de Yimou en su próxima película pero, con este ejercicio de estilo contenido y de vuelta a sus orígenes, parece estar diciendo adiós a la épica y al manierismo con el que ha teñido de colores las pantallas de nuestros cines durante los últimos años. Para sus detractores supongo que motivo de regocijo para sus admiradores, entre los que me encuentro, una lástima.

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