lunes, octubre 05, 2009
ORPHAN; Dan ganas de tener hijos...
Dicen que Macaulay Culkin rechazó participar en el rodaje de El buen hijo si debía interpretar el personaje del niño bueno. Cansado de su imagen de niño travieso pero entrañable, estaba deseando hincarle el diente al papel del pequeño psicópata al que tenía que enfrentarse su hermanastro, personaje interpretado por un jovencísimo Elijah Wood.
No es el único ejemplo de niño hijo de perra que ha dado el cine ni mucho menos. Lejos ha quedado ya el que sus papeles habituales sean los de víctimas aterrorizados en constante huída que heredaran de los cuentos de hadas. Hace ya bastantes años que el cine nos obsequia con criaturitas que no desearíamos cerca ni de nuestro peor enemigo. Desde los fanáticos religiosos de “Los chicos del maiz” pasando por los traviesos sanguinarios de “Quien puede matar a un niño” y hasta llegar a los abortos con vida de la inquietante “Cromosoma 3” el plantel de infantes asesinos es largo y variado.
El director catalán Jaume Collet Serra que debutó en el cine americano con “La casa de cera” y al que le debemos, bendito sea, que aniquilara a una debutante en el mundo del cine Paris Hilton, es el encargado de presentarnos a la nueva psicópata infantil del celuloide, aunque en este caso tenga truco (y no digo más).
Por desgracia la propuesta, a pesar de ser efectiva y narrada con pulso firme, nos suena ya a vista y, también por desgracia, el director no huye de los lugares comunes del género sino que, al contrario, los abraza y abusa de ellos hasta la extenuación; espejos de tocador de baño que al cerrarse muestran una presencia oculta reflejada en ellos, puertas de nevera que tapan lo que automáticamente se revelará en un susto típico, muertes o lesiones disfrazadas de accidentes,...
Pero al mismo tiempo, y por suerte, la actriz protagonista de toda esta pesadilla familiar es razón más que suficiente para echarle un ojo a esta película. Como en la apreciable “La mano que mece la cuna”, la labor de una intérprete en estado de gracia es suficiente para hacer brillar una película entera. Su presencia, su mirada, su porte, sus expresiones… Isabelle Fuhrman parece haber nacido para encajar en el personaje de Esther, esa niña huérfana que tiene la suerte de ser acogida por una familia que acaba de perder de forma trágica al que iba a ser su tercer hijo.
El personaje de Esther es lo siniestro en si mismo. Su aspecto, infantil y aniñado en exceso, casi como una muñeca de porcelana, no hace sino llamar la atención de que algo extraño subyace en su interior. Algo horrible que deberá ser revelado. Oculto como los dibujos en sus pinturas, como las fotos en su diario, como las cicatrices que esconden sus complementos de ropa. Bajo su talento para la pintura, su oído para la música y su especial gusto para los vestidos, subyace un secreto horrible que tarde o temprano estallará salpicando de sangre a todo el que se encuentre cerca.
Un personaje tan terrible y magistralmente interpretado estaba pidiendo a gritos un final menos cómodo.
Orphan no es una obra maestra ni un alarde de originalidad pero a su manera, ya se puede considerar un clásico del género.
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