Han pasado ya 16 años del estreno de Matrix (idem, 1999,
Andy y Lana Wachowski) y 12 desde que los Wachowski cerraran su trilogía
estrenando en el mismo año sus dos innecesarias secuelas, Matrix Reloaded (ídem
2003, Andy y Lana Wachowski), y Matrix
Revolutions (ídem, 2003, Andy y Lana Wachowski). Desde entonces, esta pareja de
hermanos tan solo ha dirigido tres películas más; Speed racer (ídem, 2008, Andy
y Lana Wachowski), El atlas de las nubes (Cloud Atlas, 2012, Tom Tykwer, Andy y
Lana Wachowski) y El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015, Andy y Lana
Wachowski). Todas ellas tienen muchos puntos en común con su revolucionaria opera
prima, pero entre ellas destaca fundamentalmente esa idea de marcar un
precedente; su actitud revolucionaria frente al cine. Ya expliqué en su momento
hasta qué punto me parecía patente esta voluntad de cambiar el cine que latía
en los fotogramas de Speed Racer y aprovecho esta crítica sobre El destino de
Júpiter para volver sobre esta intención tanto en la película que me ocupa como
en la anterior, El atlas de las nubes. Baste decir como ejemplo, que el propio
Tom Hanks comentó en una entrevista publicada en la revista Dirigido Por… a
propósito del estreno de El atlas de las nubes en nuestro país, que los
Wachowski no tenían impedimento alguno, más bien al contrario, en comentar
durante el rodaje que lo que estaban haciendo no era una simple una película si
no una obra de arte. Presunción tal que incluso a alguien con las tablas de
Hanks le sorprendía. Y a juzgar por la escasa repercusión que acabó teniendo la
película, se entiende. No obstante debo añadir que a mí El atlas de las nubes
me parece una película notable.
Pero retomando el tema de la revolución en el cine, tener la
voluntad de cambiar las cosas y de dejar impronta no es lo mismo que
conseguirlo. Avatar (ídem 2009, James Cameron), fue anunciada como la película
que iba a cambiar el cine y, aunque yo no entendí este cambio después de verla,
ahora debo aceptar que así fue. Cambió la forma en que se consume el cine y
también la forma en que se produce, ya que de alguna manera obligó a muchas
productoras a apostar por una forma de grabar las películas que supeditaba la
planificación a favorecer o aumentar el efecto 3d en el espectador y hasta a
incluir innecesarias secuencias espectaculares que de otro modo hubieran
quedado fuera. Y esto es válido para películas de puro consumo como las últimas
entregas de Fast and the furious (Fast & Furious 6, 2013, Justin Lin),
(Fast & Furious 7, 2015, James Wan) o el más premiado como Gravity (ídem,
2013, Alfonso Cuarón) o para el cine actual de los profesionales más curtidos y
con mayor trayectoria como Prometheus (ídem, 2012, Ridley Scott) o la
recientísima Mad Max Fury road (ídem, 2015, George Miller).
A pesar de las muchas expectativas generadas alrededor de
estos dos hermanos (Matrix se ha llegado a comparar, quizá con razón, con Blade
Runner) la revolución de los Wachowski no ha llegado tan lejos como cabría
esperar. Matrix logró dejar huella porque
unió un concepto visual novedoso a un collage filosófico-tecnológico que llevó
a un escalón superior al cine de acción y volvió a llenar de contenido a la
ciencia ficción, ambos géneros anquilosados en fórmulas que no dejaban de
imitarse; las buddy movies por un lado y el puro espectáculo por otro. Sin
embargo, aquella revolución tecnológica no pasó del uso repetitivo ad nauseam famoso efecto bullet time en películas
posteriores de todo género y condición, y su discurso, aunque fresco y
provocador en aquel momento, fue dinamitado por ellos mismos al sobresaturar al
espectador con sus dos continuaciones que retorcían innecesariamente lo que tan
bien ensamblado había quedado en el film inicial.
Pese a todo, esa idea de la humanidad en busca de la
libertad, cautiva sin saberlo, viviendo al margen de la auténtica realidad y la
reiteración de personajes y situaciones que nos llevan a pensar en el eterno
retorno nietzschiano (la explicación de los deja-vu en Matrix, la idea del
mesías como un error que se repite cíclicamente en Matrix reloaded y Matrix
Revolutions, los distintos universos de El atlas de las nubes donde se explica
la misma historia pero en contextos diferentes, los mismos actores haciendo
distintos pero similares papeles en esas historias, la idea de la reencarnación
como un “volver a empezar” en El destino de Júpiter,…) han continuado siendo
las señas de identidad del cine de los Wachowski lo que le da una cierta
cohesión temática al conjunto más allá del simplemente observable hecho de que
todas sus películas son de ciencia ficción.
Si en Matrix los hombres viven en un entorno virtual ajenos
a la lucha que se produce en la vida real donde se espera a un mesías
libertador, igualmente ocurre en El atlas de las nubes donde, en sus distintas
historias, todos los grupos de personajes se encuentran atrapados en una vida
donde han sido sometidos y alguien deberá tomar las riendas de la revolución
que los liberte. De modo similar, en El destino de Júpiter los humanos no saben
que el planeta en el que viven no es más que uno de los muchos objetos celestes
habitados que flotan en el espacio entre los que ni siquiera ocupa un lugar
destacado. Es una propiedad privada de un empresario galáctico y una moneda de
cambio entre los hermanos de éste que tan solo ven en nuestro punto azul un
territorio en el que cebar humanos para licuarlos después y convertirlos en la sustancia más valiosa del
universo, la que permite a otros ser inmortales. ¿Les suena de algo?
Como en sus otras películas y especialmente en Matrix, aquí
también hay una libertadora. Se trata de una posible reencarnación de uno de
esos inmortales que podrá, si lo consigue ayudada por guerreros del espacio,
reclamar su derecho a ser la dueña de la Tierra, aunque este sea un hecho del
que ningún humano tenga nunca conciencia y, de hecho y por voluntad de la
propia reina, no altere su peculiar vida en la Tierra.
Toda esta trama está por supuesto envuelta por una amalgama
de estilos futuristas donde se mezclan cyberpunk con steampunk y ci-fi clásica. No falta tampoco toda la
parafernalia necesaria para causar impresión en el gran público y poder
construir un tráiler que genere expectativas entre el fandom; enormes naves
espaciales, enfrentamientos cuerpo a cuerpo y a tiros entre cazarrecompensas
siderales motorizados o no, valientes guerreros mitad humanos mitad lobos que
vuelan con unas zapatillas antigravitatorias, Sean Bean haciendo chistes sobre
sus posibilidades de no morir en esta película y… un montón de abejas.
Película tras película los Wachowski van tejiendo una
trayectoria que en lugar de expandirse parece irse enrollando alrededor suyo
dejando cada vez menos espacio para tomarles en serio. De hecho, ellos mismos
parecen ser muy conscientes de ello pues El destino de Júpiter le debe tanto a
Matrix que incluso termina con un plano exactamente igual al de aquella; Neo
habla en off y sale volando cruzando la pantalla en aquélla y Júpiter habla en
off y sale volando cruzando la pantalla esta. Corte a negro y música a tope en
ambos casos.
Para concluir tan solo diré que Júpiter, la protagonista de
ésta película, es una inmigrante de la Europa del Este en Estados Unidos que se
gana la vida limpiando váteres con una escobilla y, un día descubre que en
realidad es la dueña del planeta Tierra. Creo que, si los Wachowski siguen por
el camino que llevan, pronto descubrirán que fueron los dueños del planeta
Tierra hace 16 años pero que van camino de acabar cogiendo una escobilla y dedicándose
a…